¿Quién dijo que
sin originalidad no hay camino posible? A ver, Ficción tiene como eje de su
historia a un director de cine con un bloqueo creativo (Eduard Fernández),
quien emprende un viaje que será a todas luces movilizador y cuyo destino
es el campo, que es mostrado como refugio introspectivo contra el asedio
urbano. Que de todo esto salga una gran película, romántica, angustiante y
honesta vuelve a demostrar que no importan tanto los elementos como la forma
en que se los combine. Y tanto el director Cesc Gay como su elenco lo hacen
a la perfección.
Ficción
es, más que una película sobre el amor, una sobre la negación a vivir el
amor; sobre la imposibilidad de Alex (el mencionado Fernández) y Mónica
(Montse Germán) de manifestar algo por el otro. Y eso se debe a las
responsabilidades que pesan como una cruz sobre las espaldas de cada uno.
Esas responsabilidades son esposa y esposo, hijos, familia. Ellos son
treintañeros, gente que ingresa a un estadio de la vida en el que la
adolescencia es un recuerdo y la vejez, un puerto a la vista. Ambos se conocen
durante un fin de semana en el que comparten una cabaña en las montañas con
Judith (Carmen Pla) y Santi (el enorme Javier Cámara). Primero habrá una
mínima curiosidad por el otro, que luego se irá transformando en necesidad y
represión. O en una represión necesaria.
Porque lo que en otra película daría pie a toda clase de ostentaciones
moralistas, aquí habilita la más pura y dura honestidad. No hay maniqueísmo
ni búsqueda de emociones ficticias. La ficción de la que hace alarde el
título tiene que ver con una forma de vivir determinadas situaciones, cuyo
peso real es tal que sólo son aceptables en un territorio de pura fantasía.
Y ese territorio fantástico que explora Gay es el de las mentes de Alex y
Mónica, donde queda atrapada una historia como ya no habrá otra igual.
Ahora, ¿cómo aprehender cinematográficamente un amor que se huele pero no se
ve? Que se nota en la inercia de los cuerpos y la mirada, pero nunca emerge
de manera física. Y ahí está la notable destreza del autor de En la ciudad
para trabajarlo artesanalmente. Hay rastros que hacen a la
ornamentalidad del amor: objetos (uno de esos adornos de cristal con una
casita adentro), canciones (excelente banda sonora con temas de Nick Cave),
lugares (un bar y un piano que parecen salidos de la más pura irrealidad)
que van construyendo todo un ideario de historia romántica pero, en este
caso, con “sustracción de amor”.
Desde lo formal, Gay borda a sus personajes a partir de un uso magistral del
encuadre. Al principio, sus planos serán generales, contrastando a Alex y
Mónica con el paisaje, dotando a su aventura de un sentido épico con aliento
de western crepuscular. Y a medida que la atracción se hace mayúscula, los
irá encerrando en planos muy cortos, en los que generalmente ellos no cruzan
sus miradas, tensionando la información que llega al espectador. Los tiempos
son reposados, similares a los de cierto cine asiático, con puntos de
contacto con el Wong Kar-wai de Con ánimo de amar: el “contenido Alex
y Mónica” se afirma en la forma del film.
Tal vez Ficción, como la historia de sus personajes, encierra un
fracaso: el de haber eludido todo esteticismo posible (lo que muchas veces
hace interesante a los directores orientales) para montar una obra a
destiempo, que no responde ni al cinismo cretino ni a la distancia irónica
del presente. Ficción no se las da de obra refinada (como decíamos al
principio, hace uso de elementos bastante trillados) y se engalana como una
película netamente popular. Aunque popular para un espectador de otra época,
se diría. Claro, detrás de ese fracaso, se esconden las decisiones: la de
hacer una película así, la de renunciar al amor.
Gay filmó
con precisión la historia de unos personajes que no razonan en presente sino
que, más bien, se sienten acorralados por los tiempos que se viven. Lo que
vemos en pantalla es la dulzura de la gente que se ama (en el sentido de la
sexualidad, pero también de la amistad: ver la hermosa relación de Alex y
Santi), sumergida en un territorio fantástico que los protege del frío
urbano al que deben retornar. Ficción no deja de ser, a pesar de su
superficie amable, un film riesgoso. Porque en definitiva, ¿a cuántos puede
interesar una película de amor cuyos protagonistas no tienen las hormonas en
ebullición de la adolescencia y que tampoco ejerce una oda políticamente
correcta a la vejez (como Elsa y Fred)? A veces amor y
responsabilidad no parecen ir de la mano. Cesc Gay lo demuestra, angustiosamente,
en una película sincera y hermosa.
Mauricio Faliero
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