Hace ya mucho tiempo que Carlos Saura
se apartó del camino que lo anunciaba, en sus primeras películas, como
un posible sucesor de Buñuel en el cine español. Sin perder su
versatilidad, sus últimas ¡Dispara!, Flamenco y Tango
lo muestran errático y confundido. En Goya, un ejercicio más
sobre los temas culturales de España, lamentablemente no se sabe qué
quiso mostrar.
Saura toma al más grande pintor de España después de Velázquez en
el final de su vida. Francisco Rabal da cuerpo a un Goya de 82 años,
sordo y exiliado en Burdeos en 1828 a causa de su rechazo por los excesos
de la monarquía. Vive allí en plena actividad creadora junto a su joven
compañera, y en sucesivas conversaciones con su hija que se está
haciendo mujer pasa revista a sus años de juventud apasionada y de gloria
como pintor de la Corte.
En numerosos flash-backs, el protagonista evoca sus años de mayor
potencia –José Coronado interpreta al Goya joven–, mientras vive
obsesionado por los fantasmas del pasado, por los monstruos que de su
imaginación pasó al papel, y por la imagen de su amada Condesa de Alba
(Maribel Verdú), quien lo persigue en su memoria, como una Parca.
El problema de la película radica, paradójicamente, en la elección
pictórica. La película ilustra la trayectoria artística del pintor –y
la historia política de España, íntimamente ligada al personaje– con
composiciones teatrales concebidas a la manera de los cuadros goyescos.
Vittorio Storaro, quien ha fotografiado el cine de Bertolucci y ha
acompañado también a Coppola, es el responsable de la recreación de
"Los desastres de la guerra" (actuados por La Fura dels Baus),
de "Los fusilamientos del 2 de mayo" y de otras creaciones del
pintor. Storaro evoca con destreza el color, la luz única y el clima de
Goya magistralmente, pero se vuelve tan atractivo como aburrida resulta la
acción, incapaz de sostener una tensión narrativa, totalmente devorada
por la imagen. Storaro saca al cuadro de su marco y lo convierte en
escena, cambia su condición pictórica por otra teatral. Explota la
narratividad de ciertos cuadros de Goya y los escenifica, traduciendo en
la puesta en escena la estética, la luz y el color del pintor. El cuadro,
mundo cerrado, centrípeto, se ha transformado así en una narración que
sale del centro del cuadro, y trasciende el límite de la pintura.
Muchos directores han explorado el parentesco entre cine y pintura, que
tienen en común la superficie plana, la bidimensión, aunque son
dispositivos diferentes. Nadie ha llevado con mayor originalidad que
Godard la investigación de este vínculo, al trabajar el color en Pierrot
Le Fou como un cuadro, o cuando, en Pasión, él también
imprime movimiento a la pintura. Sin embargo, Godard sigue haciendo cine y
trabajando el plano, mientras que en Saura lo pictórico pierde su
condición de realidad plana y sale a otros espacios, los de la
representación teatral. Lo que en el cuadro son acciones principales y
secundarias, en la película conforman una coreografía. Hay una sola
escena con iluminación natural, y en el resto, la luz está operada con
una función dramática: organizar el espacio escénico, acentuar zonas y
crear atmósferas emocionales. Pero la acción navega extraviada entre
tanta imagen saturada, después de lo cual es bienvenida la pantalla en
blanco del final. Para colmo, con la excepción de Rabal, el resto de los
intérpretes luce un hieratismo teatral en ambientes absolutamente
escenográficos.
Saura carga las tintas en el aspecto político, destinando la figura
del pintor al bronce de los héroes, y cae en lo literal y en el panfleto,
plasmando una película altisonante, hiperbólica y declamatoria.
El espacio que rodea al viejo pintor está seccionado por tabiques
translúcidos, que ofician de capas de la memoria. El hoy mítico Rabal
transmite las pasiones que han movido a ese anciano que no claudica, quien
a pesar de las limitaciones de la edad continúa creando –como el actor–
vigorosamente, acosado por sus criaturas. Las reflexiones del pintor son
válidas también para el actor, y son rescatables algunas que, al hablar
de la pintura, refieren al cine: espejo deformante de la vida, realidad
mágica donde todo es posible.