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    analizar un film que versa sobre paralelismo y simetrías, me resulta 
    inevitable practicar el juego de las similitudes y diferencias entre esta 
    película y su fuente. En el Festival de Mar del Plata de 2005 pudimos ver 
    Infernal Affairs, una estupenda película de Hong-Kong dirigida por
    Andy Lau y Alan Mak 
    que devino film de culto en los circuitos de videoclubes y películas sin 
    estreno. Un film clase B con una idea muy inteligente: un policía logra 
    infiltrarse tras un largo trabajo de simulación como un miembro más de la 
    mafia, mientras un protegido de los mafiosos asciende en su carrera policial 
    y debe investigar a sus amigos, a quienes tiene al tanto de cada movida en 
    la investigación. El film alcanzó un gran éxito, tuvo dos secuelas no tan 
    logradas, y tentó a Martin Scorsese para su remake. Es saludable que 
    Marty vuelva a incursionar en lo que más conoce y mejor filma: la violencia 
    urbana y el submundo de los gangsters. Son muchos quienes celebran este 
    regreso al género, después de fallidas incursiones en otras áreas con 
    Vidas al límite o El aviador.
 
    Ahora bien: 
    mientras la película china constituye una estilizada elaboración sobre el 
    tema de la identidad y la esquizofrenia (más allá de ser un excelente 
    thriller y película de acción), la de Scorsese resulta un –impecable, eso 
    sí– ejercicio de estilo sobre una fórmula que ya le ha rendido buenos 
    réditos. Scorsese traslada la acción a Boston, en el seno de la mafia 
    irlandesa, que a juzgar por este film y la serie de TV “Brotherhood”, tiene 
    tanto peso en Nueva Inglaterra como la italiana en Nueva York. Convocó un 
    sonoro elenco masculino para esta producción: el monótono Matt Damon y el 
    versátil Leonardo Di Caprio forman la pareja de dobles, ambos acompañados 
    por otro par equivalente, Jack Nicholson y Martin Sheen como las figuras 
    tutelares –opuestas y complementarias– de los más jóvenes. En los 
    secundarios, son remarcables Ray Winstone, Alec Baldwin y Mark Wahlberg, 
    éste con el personaje más filoso del film. 
    Scorsese elabora un 
    largo trabajo de simetrías, a partir de la consigna de que es igual estar en 
    uno u otro bando: como en el film chino, los dobles se parecen, sus nombres 
    incluso –Colin Sullivan y Bill Costigan– presentan resonancias (en 
    Infernal Affairs el parecido es extremo, al punto de confundir a Andy 
    Lau con Tony Cheng, mientras que aquí siempre reconocemos a Damon y Di 
    Caprio), visten de manera semejante, y su conducta y evolución personal 
    también transitan por carriles paralelos. En este espectro coral, tanto el 
    cuerpo de policías como la banda de pistoleros podrían ser intercambiables. 
    Si bien el film 
    busca ser una parábola sobre la equivalencia del bien y el mal, sobre la muy 
    sutil línea divisoria entre los justos y quienes no lo son –tema en el que 
    persistía el original–, Scorsese parece menos interesado en sus habituales 
    planteos morales que en plasmar la fascinación por el poder, en la figura 
    del personaje de Damon, mientras el de Di Caprio, nunca expuesto a ejecutar 
    acciones de violencia extrema, se debate ansiosamente en una doble vida, 
    deseando recuperar una identidad donde ubicar su centro. 
    Este juego 
    especular de disfraces y equivalencias del cual nadie queda ajeno se 
    completa con la figura femenina: una psicóloga de la policía cierra un 
    improbable, inverosímil e insípido triángulo como novia del policía oficial 
    y terapeuta muy poco profesional y amante del encubierto. 
    Sigamos el juego: 
    mientras Infernal Affairs era un modelo de síntesis y resolución 
    dramática, Scorsese imprime vueltas de tuerca una y otra vez, agregando 45 
    minutos de artificio de género y variaciones sobre sus propios tópicos. La 
    cumbre del film es la actuación de Di Caprio, pero esto ya no es 
    novedad. En cuanto a la primera colaboración de Nicholson con Scorsese, no 
    ofrece resultados destacables; agrega otro personaje diabólico a la lista de 
    Jack (y para confirmar su deuda con Coppola, este padrino también 
    tiene aficiones operísticas, trocando el rock de casi todo el film por la 
    “Lucia” de Donizetti, obra maestra de simulaciones, triángulo y locura). 
    ¿Y la redención? 
    Esta vez, Scorsese prefiere la escéptica imagen final de la rata 
    relamiéndose frente a la cúpula dorada del poder. Josefina Sartora      
    
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