El terceto que estaba al frente y detrás de cámaras en Mi estación preferida
volvió a reunirse para Los ladrones: el realizador André Téchiné, ex
crítico de cine de la prestigiosa revista francesa Cahiers du Cinéma que devino
cineasta a partir de 1974, y los actores Daniel Auteuil y Catherine Deneuve. La trama de Los
ladrones es de thriller, aunque su tratamiento intenta rozar las exploraciones del
alma humana frecuentes en la filmograffa de Téchiné, compuesta por una docena de
películas.
Auteuil es el policia Alex, Ia
oveja blanca de la familia. Su papá y su hermano con el que se encuentra de tanto en tanto en un pub para
intercambiar sarcasmos se
dedican al robo y la reventa de automóviles. Una chica marginal, Juliette, que fue amante
del ladrón y ahora se acuesta con el policía, es lo único que comparten los hermanos.
La estructura de la película es bastante particular. Poco después del comienzo una
catarata de flash-backs y flash-forwards torna borroso el tiempo presente, y se impone la
sensación de que el thriller asoma al espectador a un cúmulo de conflictos íntimos que
ya estaban allí desde antes, y que permanecerán una vez que haya concluido la
proyeccion. Esta incluye un feroz atraco que pondrá a prueba las lealtades
policíaco-familiares de Alex, y utiliza a unos cuantos personajes como relatores con voz
en off, en procura de filtrar la trama a través del tamiz de subjetividades múltiples.
La nota dominante de Los
ladrones es el cinismo, masticado en oscuros párrafos por casi todas las criaturas de
la historia. La cosa funciona en parte cuando Alex se declara partidario del sexo sin
amor, porque "así no tenés temor de perder a tu amante", o cuando reconoce
haber dilapidado sus años mozos "porque no se puede vivir la juventud a solas".
Pero las situaciones y tonos actorales van perdiendo fluidez lo que resulta extraño en un film de Téchiné mientras el tenor de los diálogos no
deja de endurecerse. Insólita, por ejemplo, es la velocidad con que la profesora de
Filosofía animada por Deneuve le confiesa al poli su lesbianismo al parecer, ella es la única que ama
genuinamente a Juliette y
su condición de abuela, en una brevísima charla de café.
Cuestiones triviales tratadas a los
gritos y temas de fondo discutidos con parsimoniosa frigidez van sumiendo a Los
ladrones en una atmósfera de telenovelas. Lo propio sucede con la acumulación de
carteles con indicaciones temporales ("6 meses antes...", "4 días
después...") y con la aparición de un niño que es puesto a recitar improbables
bocadillos adultos, antes de convertirse en un enésimo relator en off. Se diría
que los enormes bretes narrativos de Los ladrones excedieron a Téchiné. No así a
Deneuve, cuya sempiterna, singularísima mezcla de sensualidad y languidez permanece
intacta después de tantos años.
Guillermo Ravaschino |