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       Reporteada

Catherine Deneuve

Oficio:

actriz

Lugar y fecha:

Mar del Plata, noviembre de 1997

Asunto:

unos cuantos


Nació el 22 de octubre de 1943 como Catherine Dorléac y comenzó a actuar de adolescente, utilizando el apellido de soltera de su madre. Cuatro décadas después, Catherine Deneuve es dueña de un presente único. Ninguna otra actriz de las que brillaron en los '60 goza de su salud artística, que basta y sobra para vender cualquier película que la cuente como protagonista. La que vino a presentar a este Festival Internacional de Cine, Genealogías de un crimen, se beneficia de los raros dones que cincuenta flashes se empeñaron en documentar ayer a metros de las playas. La protagonista de Belle de Jour llegó retrasada a la conferencia de prensa en uno de los salones del "Costa Galana", envuelta en la discreta elegancia que suele presidir cada una de sus incursiones cinematográficas. Sutiles contracciones de las comisuras de los labios, que no parece controlar del todo, acusan esa mezcla de fragilidad y tensión que, junto a una sensualidad gélida, buscaron tantos auteurs –desde François Truffaut a Luis Buñuel, pasando por Jacques Demy y Roman Polanski– cuando buscaron a la Deneuve.

Catherine despachó secamente al primer "periodista" que pretendió meter las narices en sus intimidades: "Vine aquí a hablar de cine y a presentar un film". Los temas artísticos fluyeron en tanto. Deneuve lamentó que "el cine norteamericano, que monopoliza la distribución mundial, conspire casi inapelablemente contra el cine de autor. Se requiere mucha resistencia de los países que se oponen para que cierto cine personal, más talentoso, pueda seguir existiendo". A André Téchiné, que es algo así como su director fetiche (la dirigió cuatro veces), lo pintó como un psicólogo. "Me habla siempre al oído, nunca delante de los técnicos. Es un tipo que siempre se empeña en dar un paso más allá, que rueda muy rápido, pero en el que se puede confiar plenamente." También citó a Michel Piccoli, Daniel Auteuil y Jean-Louis Trintignant entre sus compañeros de trabajo favoritos y a François Truffaut (director de El último subte, vehículo de su consagración definitiva) y a Jacques Demy (por Los paraguas de Cherburgo) como los realizadores que más la marcaron. Este cronista le preguntó por otras experiencias.

¿A qué atribuye el resurgimiento de Belle de Jour, que usted protagonizó para Luis Buñuel hace treinta años, y hoy se reestrena con éxito en todo el mundo?

Belle de Jour es una película realmente intemporal, porque toca todos los fantasmas de las mujeres y los hombres de todas las épocas, algo que un psicoanalista podría analizar muy bien. Por eso creo que hasta dentro de 20 años esta película tendrá vigencia. Trata cosas que muy pocas veces aparecen en el cine, ya que justamente el fantasma forma parte del imaginario y el imaginario es muy difícil de concretizar.

¿Cómo era la mecánica de trabajo con Buñuel?

–Con Buñuel casi no había mecánica de trabajo. El hablaba muy poco con los actores, porque estaba muy ensimismado. Creo que para él la etapa de la filmación no era la más importante. Los temas de sus films sí que lo eran, por lo que él estaba muy adentro de su cabeza. Y las escenas estaban escritas de manera muy precisa, así que no había muchas variantes diferentes para conversar. El dejaba a los actores bastante libres.

¿Y Roman Polanski?

–Esto es completamente distinto, porque Polanski es actor, incluso desde antes de dirigir. Y él te marca todo, hace la mímica de las escenas. Yo tuve la suerte de poder trabajar con él siendo muy joven (Repulsión, 1965), entonces ese método me convenía y me llevé muy bien con él. Pero entiendo que hay actores a los que no les gusta que el director actúe él mismo todo lo que quiere sacar de ellos. Yo tenía la suerte de ser mujer, y desde el momento en que tenía que interpretar lo que marcaba un hombre, ya era distinto, había una cuota extra de libertad. Creo que Roman tiene mucha más dificultad para trabajar con los actores que con las actrices.

Guillermo Ravaschino    

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