| La leyenda del jinete sin cabeza tiene un punto de partida portentoso, de tintes draculianos.
    Está ambientada en 1799, y si bien arranca en Nueva York, los vientos, las brumas y los
    cielos ominosos de Sleepy Hollow, a muchas millas de la Gran Manzana, ganan prontamente el
    centro de la escena. El detective Ichabod Crane (Johnny Depp) se interna en esa oscuridad
    tan semejante a la de Transilvania tras los pasos de un asesino serial que
    tiene en vilo a los lugareños. El patrón de la masacre es espeluznante: todos los
    cadáveres están descabezados. Los locales están convencidos de que un jinete
    legendario, que murió decapitado, es el autor de los crímenes. Lejos de amenguar con la
    llegada del policía, el raid sangriento se incrementa. Y el jinete sin cabeza empieza a
    ostentar su temeraria efigie por las cercanías.
 Alguien dijo que el que escribe un gran poema es un gran poeta, y ha de ser
    así. Tim Burton es un gran director. Ahí está Ed Wood y, por si fuera poco, Marcianos
    al ataque. Pero también es un director muy desparejo. Acá tropieza con toda clase
    de problemas, la mayor parte de los cuales podrían considerarse "típicamente
    hollywoodianos". El primero, el más constante, es que el perfil de Ichabod Crane no
    comulga ni de carambola con el tono de la trama. Esta es mayormente grave, a la altura de
    las horrendas muertes referidas con antelación. La actuación de Depp, en cambio, parece
    concebida para otro film, seguramente una comedia, y es de una ligereza tal que
    resulta imposible tomárselo en serio. Por supuesto que no es casualidad. Burton lo quiso
    así, acaso para contrapesar los tramos más truculentos. Pero la cosa no funciona. Y no
    sólo porque Depp hace al único gracioso, y por lo tanto desentona, sino porque
    todos o casi todos los chistes que lo rozan hacen vibrar la misma cuerda: su fragilidad.
    Verlo asustadizo como un pollo puede ser cómico la primera vez, jamás la décima. Y esto
    sepulta de antemano la posibilidad de acompañarlo después, mucho después,
    cuando la mano de Burton lo coloque nuevamente en el lugar que ocupaba al comienzo: el de
    un hombre cabal decidido a cumplir con su tarea. Por supuesto que el humor puede ser incluido, y
    bienvenido, en una historia de terror (¡vean La momia si no!). Este mismo film
    ofrece un buen ejemplo: el detective Crane se considera un "hombre de ciencia"
    adhiere al racionalismo por momentos con impertinencia y recurre a los más
    absurdos adminículos para llevar a cabo sus diligencias forenses. Pero una cosa es ver a
    un detective examinando un cadáver con un monóculo payasesco, y otra verlo como un
    payaso a él. Este Ichabod Crane es el peor que podía tocarle a La leyenda
    del jinete sin cabeza; degrada su condición terrorífica sin elevarla como comedia.
    Algo parecido sucede con los rasgos más concretos de este "horror": ruedan
    tantas cabezas que, al rato de andar, producen el efecto del pastor que gritaba falsamente
    la presencia del lobo. Nadie se la cree. Hay muchos otros ingredientes en Sleepy Hollow
    (tal su nombre original) y ninguno, hecha excepción de la escenografía, los efectos
    especiales y la fotografía (¡esto hay que decirlo!), da en el blanco. Ahí está
    Christina Ricci, ese "símbolo del tercer milenio"... haciendo la doncella
    dieciochesca. ¡Qué afectada! Si hasta parece una colegiala recitando de memoria a Shakespeare
    para una fecha patria. Y no le han dado un papel menor sino el de Katrina Van Tassel, hija
    del hombre más acaudalado de la zona y festejante, o algo así, del detective
    neoyorquino. Algunos críticos quisieron ver en el contrapunto entre el
    "cientificismo" del protagonista y el "espiritismo" que ronda al
    jinete y su leyenda un hallazgo sublime, pero mejor sería llamar a las cosas por su
    nombre. El contrapunto es de lo más raquítico: de un lado el payasesco apego
    por la ciencia del personaje de Depp; del otro, una saga criminal-fantástica recostada
    largamente en los efectos especiales y absolutamente hermética. Es decir, insustancial. Esto nos lleva al desafío fundamental que
    enfrentaron Burton y su guionista al acometer la novela de Washington Irving. A diferencia
    del conde Drácula (entre otros), el jinete sin cabeza está floja o nulamente
    inserto en la memoria colectiva. Además de nutrirse del mito del decapitado-decapitador,
    el film, de alguna manera, tenía que fundarlo. Y esto es difícil, claro. Pero no
    imposible. Pienso en la estupenda Vampiros, de John Carpenter, que tenía a un
    mito poderoso, y muy famoso, en el que recostarse. A diferencia de La leyenda del
    jinete sin cabeza, Vampiros podría haber sido una buena película sin
    necesidad de fundar o refundar nada. Pero Carpenter fue mucho más allá. Combinó
    las populares leyes que rigen desde siempre a los muertos vivos con otras de su propia
    cosecha, de una potencia y una coherencia arrasadoras. ¡Cuánta distancia! La última en todo sentido clave de La
    leyenda... es una verborragia que hoy en día pocas, muy pocas películas se
    permiten. No hay un solo dato importante de la trama que no surja de engorrosas chácharas
    "orientadas" al espectador (sólo faltó que los personajes mirasen a cámara).
    Cada nuevo avance en las investigaciones de Ichabod Crane está presidido por copiosas
    explicaciones de esas que, más que aclarar, oscurecen, manifestando la profunda
    incapacidad del guión para generar las imágenes que hubieran debido reemplazar a las
    palabras. ¡Ay, Hollywood! Guillermo Ravaschino
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