La comedia de
Ana Katz siempre fue a contrapelo de las dos coordenadas más típicas del
humor rioplatense: el costumbrismo y el humor de lo vulgar. El de Ana Katz
es un cine de los gestos, de lo sugerido, del “understatement”, es decir,
del humor a través del anti-énfasis. Por eso sus películas son plenamente
cinematográficas en oposición al más televisivo costumbrismo (¿qué mejor
medio para alcanzarlo que la penetración permanente y cotidiana de la
televisión?) o al humor vulgar de raíces profundas en el teatro de revistas;
su cámara está siempre atenta a las mínimas expresiones y a lo absurdo en lo
cotidiano y logra destacarlo sin declamarlo, transformándose en una experta
en la comedia de lo incómodo.
En Los
Marziano hay dos hermanos (Francella y Puig) que ya no se hablan, una
hermana (Rita Cortese) que preferiría verlos unidos pero no se hace
demasiada ilusión y la mujer de uno de ellos (Mercedes Morán), sostén
pragmático de la familia y posible lazo entre ambos. Ana Katz juega al juego
de la sobriedad, construyendo una narración pausada interrumpida
repentinamente por breves lapsos de furia o vacilación de los hermanos, que
surgen en la película como salidos de ninguna parte y que van a morir ahí,
en pequeños gestos de (in)comprensión de una hermana o una esposa. Los dos
personajes principales están obsesionados: uno (Puig) con un cavador de
hoyos serial en su country/barrio privado, el otro con convertir a digital
horas y horas de transmisiones radiales de diversos programas que condujo en
su periplo entre Córdoba y Misiones; o cómo llenar la vida de algo para no
ocuparse de lo verdaderamente importante.
Ana Katz conduce esta nave a velocidad crucero (mejor dicho, a velocidad
mini-yate del Tigre) con una maestría fenomenal, acumulando las tensiones en
lo subterráneo mientras la serenidad de la superficie sólo deja adivinar la
amable oscuridad que esconde el relato. Gran parte de la comicidad de Los
Marziano proviene de la distancia entre ese núcleo tenso al borde de la
explosión y la superficie lustrosa y cordial que todos (con la excepción,
tal vez, del personaje de Puig) están dispuestos a mantener. Es prodigioso
en este sentido cómo construye el encuentro final entre los hermanos, una
secuencia extraordinaria en su moderación armada a partir de miradas,
gestos, complicidades y aproximaciones afectivas. Claro que no todo es verde
en el valle/campo de golf de césped sintético de Los Marziano: una
inexplicable banda sonora que subraya y enfatiza secuencias que no lo
necesitan ancla a la película en un tono que no le pertenece, más cercano al
costumbrismo alla Esperando a la carroza. Tal vez un pequeño precio a
pagar (probablemente, una exigencia de un productor que subestima a su
público) por filtrar al mainstream una comedia tan inteligente, contenida y
sofisticada como ésta.
Hernán Ballotta
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