Inscripta dentro de la vertiente realista de esa
tendencia que se conoce como "nuevo cine social francés", la ópera prima de
Laurent Cantet posa su mirada sobre unos cuantos temas candentes de la actualidad mundial:
la humillación laboral, la degradación social y la desocupación, esa espada de Damocles
que pende sobre cada vez más gente de todas las clases. También se ocupa
de las relaciones familiares, aunque en menor medida (o con menor
profundidad) de lo que por ahí se ha dicho.
Sólido guión mediante, Recursos
humanos (que se alzó con el primer premio del II Festival de Cine Independiente de
Buenos Aires) encara estas cuestiones en el ámbito laboral, a partir de una mediana empresa metalúrgica de provincias, en cuyo departamento de
Recursos Humanos ingresa Franck, nuestro protagonista, en condición de pasante. Este es
un joven que regresa de París listo para aplicar en dicha compañía los conocimientos
que mamó en la Universidad. De la que egresó provisto de orgullo y de empuje, pero
también y esto es notable de una enorme ingenuidad. Que el mundo laboral
real, con la brutal explotación del hombre por el hombre que lo caracteriza, se
encargará de derrumbar con el avance del metraje.
En esa misma fábrica
trabaja el padre de Franck, un operario sumiso que ya cumplió tres décadas apretando las
mismas tuercas durante ocho horas diarias, con la consiguiente mella de su dignidad. De la
mano del mejor realismo (rigor narrativo, exposición visual, pocas palabras), Recursos
humanos da cuenta de la inhumanidad esencial que acompaña a este tipo de rutinas
laborales. La cuestión es que Franck arranca haciendo buena letra con la patronal, que
parece valorar sus "méritos" dándole vía libre para que organice una encuesta
para que los operarios se pronuncien a favor o en contra de un controvertido y engañoso
régimen: las 35 horas de trabajo semanales que discuten el gobierno y los sindicatos
franceses. La comisión interna, encabezada por una combativa delegada comunista, lo
empieza a mirar mal. Algo más tarde los despidos, que estaban encubiertos bajo la
"democrática" iniciativa de la empresa, harán estragos. Y no sólo en la
empresa, sino en la familia del protagonista.
Recursos humanos no es el
único "film social" francés que el frío otoño del 2000 hizo aterrizar en
nuestras pampas. Pocas semanas antes fue el turno de Todo comienza hoy, de
Bertrand Tavernier. Más allá de la distancia argumental (dicho film se ocupa de un
maestro en tierras de la educación arrasada), cabe la comparación entre ambos títulos.
Y no podrían ser más opuestos. Mientras que Tavernier cargaba las tintas en una
empalagosa parábola sobre el heroísmo individual, Cantet pone los puntos sobre las íes.
En las antípodas del maestro Lefebvre, Franck es cualquier cosa menos un superhéroe.
Comienza "poniéndose la camiseta" de la empresa con la aniñada pero
honesta idea de que será en bien de la comunidad laboral. Pero los hechos
le demuestran que los intereses de patrones y empleados son mucho más irreconciliables
que lo que supuso en los claustros. Carrerismo gerencial mediante, el engranaje
empresarial empieza por robarle méritos ante el directorio. Poco después, desnuda las
reales intenciones que escondía la amañada encuesta: bajar costos caiga quien caiga...
lo que incluye a obreros sumisos como su propio padre. La evolución de Franck se procesa
sin prisa ni pausa (será ingenuo, pero no es tonto ni corrupto), y del mismo modo crece
la tensión dramática.
Como quien no quiere la cosa es
decir, de un modo natural Recursos humanos hace foco sobre ciertas
cuestiones claves de la política obrera. Deja al descubierto que no importa tanto lo que
se consulta como quién consulta, y cómo. Demuestra que cada obrero por
su lado, completando un múltiple choice dibujado por la empresa, no equivale a
democracia sindical. Expone las inacabables triquiñuelas que la clase dominante maneja de
taquito para engatuzar a los trabajadores. Y sobre todo, traza una radiografía muy
precisa de la brutalidad y la violencia que los cada vez más elegantes métodos
de las corporaciones se esfuerzan por disimular. Como en el mundo, el desarrollo de estas
contradicciones conduce a la polarización de clases. El mérito de Cantet, en este punto,
es no cerrar la historia con un broche (¡ni con un espantoso moño rosa como el que
anudó Tavernier!) sino dejarla tan abierta e inconclusa como lo está la situación
social real.
Jalil Lespert, muy ajustado como
Franck, es el único actor profesional del reparto. Todos los otros, incluido su padre,
los obreros, los sindicalistas y hasta el gerente de la metalúrgica, fueron abordados por
personas que hacen maravillosamente de sí mismas. Cierto es que la delegada está un
poquito sobreactuada, pero eso no habría que achacárselo al cineasta como al Partido
Comunista Francés.
Guillermo Ravaschino
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