Todo comienza hoy cuenta la historia de
Daniel Lefebvre (Philippe Torreton), maestro jardinero y director de una escuela a la que
concurren los hijos de la clase trabajadora de una pequeña localidad, dramáticamente
empobrecida tras el cierre de la mina que era la principal fuente de trabajo de los
lugareños. Como podrá adivinarse, esos chicos necesitan mucho más que aprender a leer,
escribir o mamar rudimentos de matemática. Son víctimas, junto a sus padres, de esa
espantosa desidia por la vida que caracteriza a la mayor parte de las empresas y los
gobiernos actuales. El film de Bertrand Tavernier no le esquiva el bulto a las múltiples
caras de este desprecio. Desde la obsecuencia de los inspectores que son más papistas que
el Papá a la hora de hacer cumplir normas paleozoicas, hasta la cobardía de los
funcionarios que cultivan esa enojosa versión del realismo democrático según
la cual todo puede ser discutido... dentro del marco mezquino fijado por el presupuesto
gubernamental. A la narración no le faltan, pues, buenas intenciones. El problema, ¡ay!,
es que estas han sido canalizadas de la manera más torpe y falsa que cabía imaginar.Parafraseando al título, todo comienza con el director
Lefebvre, al que Philippe Torreton convierte en el más literal y desembozado modelo de
"maestro-apóstol" que se haya visto en siglos. No es que almas puras y
desinteresadas como ésta no puedan encontrarse en el mundo real. Las hay. Lo que no
existe son los alcances ni las consecuencias que el film de Tavernier (La carnada,
Capitán Conan) adjudica al accionar de este buen cristiano, sobre el que
descarga toda una serie de tareas que desde siempre, nos guste o no, fueron menester de hombres
organizados. Todo lo puede Daniel Lefebvre, desde remontar malhumores de los niños
con sus canciones (y hasta ahí vamos bien) hasta desempeñarse como el más eficaz
asistente social, psicólogo, nutricionista y benefactor polifuncional. Tan sobrehumanamente
responsable se lo hace que cuando un colega, exhausto, se queja de las condiciones
imperantes... el protagonista lo manda directamente a cagar.
Si hay algo que ha sido desterrado de Todo
comienza hoy es la mirada política. Pero todos estos temas son políticos, y lo que
la reemplaza es el paternalismo tozudo, rayano en la omnipotencia, de este individuo que a
fuerza de "hacer el bien" acaba anulando a los supuestos beneficiarios de sus
acciones. Empezando por los niños, que son poco más que instrumentos para que la caridad
del maestro se derrame, y por esos sacrificados trabajadores, a los que pocas veces se ha
visto tan pasivos. En este sentido, Todo comienza hoy parece querer dar vuelta
cierta famosa idea proclamada por Carlos Marx (con la que Tavernier, paradójicamente,
simpatiza). Que quedaría así: "La liberación de los trabajadores no será
obra de los trabajadores mismos."
Por supuesto que el desenfoque no se limita
al andarivel político, o ideológico, sino que se traduce en un tratamiento sumamente
empalagoso. No sólo Lefebvre no desfallece nunca (en rigor sí lo hace, pero apenas una
vez, fugazmente y para tomar más fuerzas) sino que su vida asume la forma de un
excluyente, y de suyo absurdo, continuum de calamidades dispuestas para resaltar
su grandeza. Cierta asistente social igualmente estereotipada acompaña las performances
de este maestro, que tiene mucho más en común de lo que parece con los típicos
superhéroes yanquis: está hecho de una sola pieza. Actividades como comer, dormir o
hacer el amor no parecen integrar el menú de sus días y sus noches. Y hasta cuando sale
de pesca con su hijo... devuelve un pescado al agua (¡con lo que le costó capturarlo al
gurrumín!) para despacharse con un sermón sobre la solidaridad hacia los animales que ya
califica para la antología del despropósito.
Guillermo Ravaschino
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