Hay varias maneras de
acercarse a las relaciones de pareja y François Ozon sigue insistiendo en
tomar el camino menos tradicional, como si el mero hecho de aferrarse
a esta postura garantizase buenos resultados. Pero al director de Ocho
mujeres y La piscina sus intenciones se le vuelven
contraproducentes en el plano narrativo.
Comencemos con la forma en que se abordan las vicisitudes de Marion (Valeria
Bruni Tedeschi) y Gilles (Stéphane Freiss): Ozon toma cinco momentos
cruciales de la historia de la pareja y los expone en cronología inversa,
empezando por el inevitable final del romance: el divorcio. A continuación,
presenciamos la inocua vida matrimonial, el embarazo de Marion, el
casamiento y la génesis de la relación con la cual, paradójicamente, la
película concluye. Es evidente que el film focaliza en dos aspectos: el
narrativo y el actoral, con una puesta en escena que, más allá de acompañar
los vaivenes de la historia, no aporta nada singular.
En
cuanto a lo narrativo, la estructura del relato es más bien tramposa. Desde
el desarrollo de la despedida sexual post-divorcio, Ozon desafía al
espectador y lo somete a un juego en que él tendrá que dilucidar qué fue lo
que condujo a la pareja a la decisión definitiva. Por ello introduce
personajes que buscan acrecentar nuestras sospechas de posibles
infidelidades, para luego remarcar que los secretos de la relación son mucho
más complejos e indescifrables. Así es como la película no se preocupa
demasiado por intentar desnudar las contradicciones de los personajes
centrales, y se queda con la cáscara, con el desfile de sus actitudes. Ahora
bien: esto no se constituiría en una debilidad del film si no fuera por esa
suerte de regodeo en lo inexplicable, que se detiene demasiado tiempo en los
comportamientos incomprensibles, haciendo que los personajes, más temprano
que tarde, se vuelvan irritantes.
Una
vez que se aproxima el final, esto es, el momento en el que Marion y Gilles
comienzan con su flirteo, ya nos importa poco la etapa primigenia de su
romance, puesto que Ozon no nos permitió ver más allá de las situaciones
estereotipadas y de los personajes unidimensionales. Y partiendo de una
historia construida en relación a una pareja, es imperdonable que su
director se esfuerce tanto –y de semejante modo– en dejar en claro su
absoluta incompatibilidad.
El
plano final, con Marion (perfecta Bruni Tedeschi, el gran mérito del film) y
Gilles nadando hacia un ocaso, es el único momento poderoso de una película
a la que faltó profundidad para abordar la riqueza argumentativa que reside
en todas las historias de amor. Ozon ha querido mostrar las contradicciones
de la naturaleza humana, pero el tono medio con el que las sobrevuela deja
trunca su ambición.
Milagros Amondaray
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