La película prometía.
Rachel McAdams, actriz que se había hecho notar en Diario de una pasión
y Chicas pesadas, junto a Cillian Murphy, quien había estado
razonablemente bien en Exterminio y Batman inicia. Dirigía Wes
Craven, que supo entregar excelentes películas de terror como Pesadilla
(con ese brillante psicópata llamado Freddy Krueger) y revitalizar el género
de terror, apelando a la autoconciencia y la experiencia cinematográfica del
espectador, con la saga Scream. Además, la historia estructuraba un
tiempo y un espacio acotados, con dos personajes centrales enfrentados, algo
que ya ofrecía antecedentes bastante auspiciosos, como los de Tiempo
límite (con Johnny Depp y Christopher Walken, que transcurría en un
hotel, durante una hora y media en tiempo real) y Colateral (que
presentaba a un taxista y un asesino a sueldo, interpretados por Jaime Foxx
y Tom Cruise, respectivamente, durante una ronda nocturna por la ciudad de
Los Angeles).
Y el
film no arranca mal, presentándonos a la gerente de un hotel en Miami
(McAdams), una típica adicta al trabajo, que conoce en el lobby de un
aeropuerto a un joven bastante simpático (Murphy). Trago va, trago viene,
todo parece encaminarse a una linda relación entre estas dos personas, hasta
que al inoportuno muchacho se le ocurre revelar su profesión: arreglar
asesinatos de la mejor manera posible, estableciendo tiempo y lugar. Y la
chica es el medio por el que él va a lograrlo en esta ocasión. Si no...
matará al padre de la muchacha.
Durante
poco menos de una hora la trama avanza sin tropiezos, en base a un clima
claustrofóbico y la concentración en los dos protagonistas, que se
desempeñan bastante bien. Aunque ya se van notando ciertos defectos en la
concepción de algunos personajes secundarios, que no pueden escapar al
clisé.
Pero en
la última media hora todo se desmorona estrepitosamente. Parecería que los
responsables de Vuelo nocturno no sabían como terminar el asunto, y
ni siquiera fueron capaces de poner el piloto automático. Como una parodia
de una película de terror y suspenso, pero pretendidamente seria, el film se
va transformando rápidamente en un híbrido en el que reina la anarquía.
Actuaciones desatadas (Murphy termina luciendo patético en el peor sentido
del término), giros sin sentido, personajes desafortunados, subtramas que
entorpecen todo, diálogos absurdos, profesionales que resultan amateurs y
una sensación de fraude insoportable.
Craven
pudo aprovechar ciertas posibilidades del guión para imponer un clima hostil
y paranoico. Sólo en ciertos momentos lo logra; pero termina cayendo en la
más absoluta mediocridad. Las numerosas fallas que ya presentaba La marca
de la bestia, su film anterior, indican un declive en su filmografía.
Preocupante, teniendo en cuenta la situación que atraviesa el terror
estadounidense por estos días. Definitivamente, no alcanza con los grandes
nombres cuando faltan ideas.
Rodrigo Seijas
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