Tavernier no se caracteriza por encasillarse en
un género, ni por la especialización. De sus múltiples variables cinematográficas,
esta vez ha elegido hacer un film testimonial, con algo de documental y códigos del cine
independiente, como la cámara al hombro, sobre la realidad social y educativa del
deprimido norte de Francia. Escrita por su hija y yerno, maestro de pueblo como el
protagonista, expone la crisis de la desocupación y sus consecuencias. El film documenta
el trabajo de ese maestro de jardín de infantes, comprometido con los problemas de sus
alumnos, golpeados o abandonados, víctimas de la desesperación de sus padres ante la
desocupación, las carencias, la desesperanza.
El maestro sufre también sus propias limitaciones: hijo de un golpeador, de quien está
aún pendiente, vive con una joven madre y su hijo, con quien no corre el riesgo de
repetir los errores de su padre. Sus problemas profesionales se irán agravando hasta el
filicidio y suicidio de una de las madres, momento en que parece abandonar sus banderas.
El amor de su mujer, y la esperanza en los niños, en quienes todo recomienza, lo
empujará hacia delante. Como en Ni uno menos, con la cual tiene tantos puntos en
común, la fe ayuda a superar las tragedias.
El testimonio social está acompañado con las tomas de los campos: negros al principio en
el otoño lluvioso, preparados para la siembra, su cambio a través de las estaciones
está en consonancia con la acción, hasta que llega el verano, el sol y el color, con
imágenes que, aunque obvias, son bellas. El maestro es además poeta, y su voz en off
acompaña la historia con sus versos. Estos sacan en cierta medida la historia de su
discurrir narrativo, e intentan darle un vuelo lírico, no siempre con éxito.
Josefina (Buenos Aires, Argentina) |