SECCION
PANORAMA
Inside Job
(Estados Unidos, 2010. Dirigida por Charles Ferguson). Este es uno de esos
documentales que se animan con un tema sobre el que se ha
dicho y escrito mucho; en este caso, la crisis económica global que hizo
eclosión en 2008. El desafío era tanto mayor porque la cuestión, justamente
por global, ya había sido analizada en cada rincón del planeta. Pero también
eran grandes las perspectivas para un film así, porque esa crisis aún no
acaba, y entre los ciudadanos del mundo que no son expertos en economía hay
pocos que la comprenden, siendo que muchos la padecen y por lo tanto están
interesados, o al menos les convendría interesarse, en comprenderla. Los
resultados no decepcionan para nada. Y tomando en cuenta
ese interés general que más allá del puramente cinematográfico atribuyo a un
documental como este, me extenderé acaso más de lo habitual, con el
propósito de transferir a estas líneas al menos una pizca de las revulsivas
y reveladoras noticias que el film comunica.
Con una factura técnica
impecable, propia del cine de primera línea comercial, Inside Job
(que significa algo así como "delito interno") comienza por
recordarnos
lo que ya sabíamos: que a esta crisis la desencadenaron los
grandes (bancos de inversión y de los otros, agencias calificadoras de
riesgo y empresas de capital financiero estadounidense) y la pagan los
chicos (trabajadores, desocupados, contribuyentes del mundo entero). Que
la burbuja inmobiliaria, uno de sus principales disparadores, fue inflada a
conciencia por esos grandes cuando otorgaron créditos hipotecarios de riesgo
alto y a tasa baja, convirtiendo dichas hipotecas en bonos negociables o
derivados con los cuales descargaron el riesgo sobre terceros, como los
fondos de pensión que terminaron pulverizando los ahorros de millones de
jubilados estadounidenses. El film también nos recuerda que en la base de la
hecatombe están las políticas "desreguladoras" que republicanos y
demócratas fueron disponiendo para que los banqueros hicieran de las suyas
sin ningún tipo de control, multiplicando alocadamente la emisión y
colocación de esos bonos incobrables que inflaban sus propias ganancias al
tiempo que garantizaban las pérdidas a futuro de quienes recibían los bonos,
es decir de sus propios clientes. Pero acá ya comienzan las novedades,
porque vemos cómo el gobierno de Bill Clinton, a la hora de hacer la vista
gorda frente al desfalco cada vez más definido y creciente, no fue menos
grosero que el de George W. Bush.
Sin prisa
pero sin pausa, Inside Job va de lo general a lo particular, instalando la sensación, luego convicción, de que
el descalabro económico de 2008, más que una catástrofe desatada por
actitudes irresponsables y políticas desorientadas, es el resultado de la
más gigantesca estafa piramidal en la historia de la humanidad. Una
operación criminal de proporciones planetarias, consumada por el gran
capital mediante una alianza no menos escandalosa con el Estado y los
funcionarios que lo representan.
Minuciosa,
demoledoramente, como si desarrollase el proceso judicial que ningún
gobierno se atrevió a impulsar, Inside Job expone a Moody's, Standard
& Poor's, Goldman Sachs y otras calificadoras de riesgo "de primera línea"
como los estados mayores del crimen a secas
–ya no económico– que realmente son: conocían
perfectamente la condición de basura de los bonos hipotecarios incobrables,
pero les otorgaron la codiciada "AAA", nota que equivale a inversión
garantizada para sus clientes, simplemente porque los bancos de inversión, generadores de la basura aquella, compraron dichas calificaciones con sumas
varias veces millonarias. Esto explica que estas no por infames menos prestigiosas
calificadoras –¡siguen siendo referencia incuestionada de los grandes
diarios y medios periodísticos a nivel mundial!– hayan incrementado cuatro
veces sus ganancias entre 2001 y 2007, que son los años durante los cuales
se incubó el estallido.
Un
despliegue de producción encomiable derivó en numerosas entrevistas tomadas
en diversos continentes, lo cual expresa de manera cabal la naturaleza
planetaria de esta problemática. Las preguntas que formulan los
entrevistadores (a los que se escucha pero no se ve, y eso refuerza la
noción de que es el propio film quien interpela) a funcionarios,
economistas, intelectuales y banqueros revelan un profundo trabajo de
investigación previa. Lo que asombra es esa cuota extra de honestidad, de
valentía, con la que los interpeladores enfrentan a ciertos entrevistados
que son algunos de los máximos responsables, por no decir culpables, de la
crisis de marras: funcionarios desreguladores extremadamente cínicos,
economistas increíblemente bien pagos, banqueros llamativamente fríos,
celebridades académicas en apariencia "prescindentes" pero en realidad a
sueldo de las agencias calificadoras/estafadoras. Encumbrados jerarcas de
universidades con fama de inmaculadas, como Columbia y Harvard,
apestillados por el film acaban confesando y asumiendo, unas veces de
manera explícita y otras entre titubeos lastimosos, el compromiso visceral
de aquellas casas de estudio con las grandes empresas, a las que
alquilan o venden, generalmente por jugosas sumas, sus hombres, nombres y
prestigio (también se muestra cómo los planes de estudio de Ciencias
Económicas han sido dictados por los repugnantes gurúes de Wall Street). Los
tecnócratas e intelectuales de pacotilla también son campeones de la estafa
verbal, pero el film no sólo los enfrenta con preguntas ásperas –de esas que
se preparan tranquilamente con antelación– sino con repreguntas de
las que han de improvisarse al calor del intercambio, en el momento mismo de
la acción. En este sentido Inside Job es un auténtico documental de
barricada, aunque por su tema y escenarios no lo parezca. Y el solo hecho de
haber logrado sentar frente a la cámara, de semejante modo, a todos esos
individuos es en sí mismo un noble mérito de un film que parece haber
enganchado a los estafadores mediante ardides similares a los que
ellos utilizaron para engañar al público y a sus clientes.
Entre las
notas de color, o los matices, hay una bienvenida excursión
socio-psicológica a las mentes de los ejecutivos que se enriquecieron
mientras prohijaban la crisis. Así vemos cómo estos personajes,
que gustan de ser denominados risk takers ("tomadores de riesgo"),
son mucho más adictos a la cocaína que a los riesgos; mientras que una
famosa madama de putas exageradamente caras (la otra proverbial
adicción de los executives) nos confirma que jamás pagan por ellas;
antes bien, solicitan recibos en concepto de "reparacion de computadoras"
para que las empresas –en muchas ocasiones el propio Estado– corran con los
gastos.
Lo mejor de
todo queda para el final, y es una mirada sobre el presente. ¿Qué pasa con
el gobierno de Barack Obama? ¿Cómo enfrenta esta crisis el hombre que ganó
las elecciones con una campaña que quiso y pudo resumirse en la palabra
"cambio"? La sorpresa, en este punto, es que a partir de Obama no cambió
absolutamente nada. Un ominoso seleccionado de funcionarios/estafadores con
los que Clinton y Bush habían fogoneado la crisis fue confirmado, y en
algunos casos ascendido, por el nuevo presidente, quien terminó conformando
un auténtico "Wall Street Government". El banquero Timothy Geithner (mano
derecha de Henry Paulson, a su vez CEO de Goldman Sachs) como secretario del
Tesoro; William C. Dudley (jerarca en Goldman durante 10 años consecutivos)
como presidente del Banco de la Reserva Federal en Nueva York; Larry Summers
(desregulador estrella de Clinton; teórico y apologista de los derivados
y la "innovación financiera") como director de los asesores económicos de la
Casa Blanca; Rahm Emanuel (banquero privado, luego "ñoqui" en la hipotecaria estatal Freddie Mac, donde cobró suculentos sueldos mientras el
organismo caía en bancarrota) como jefe de Staff de la Casa Blanca, un cargo
a cuyo poseedor suele considerarse
–y no sólo en Wikipedia– "la segunda persona más poderosa en
Washington"; Mary Schapiro (otra fanática de la desregulación y los
derivados que textualmente dijo: "Los beneficios de la innovación
financiera requieren un paradigma más flexible, no siendo necesaria ni
conveniente la regulación o supervisión de las firmas operadoras y sus
afiliadas... ") como titular de la SEC, que es justamente el organismo
público que debería regular y supervisar toda clase de transacciones
financieras; el famoso Ben Bernanke, confirmado a la cabeza de la Reserva
Federal, cargo que le concediera Bush y desde el que ha venido favoreciendo
los negociados y garantizando la impunidad de los criminales sin
solución de continuidad.
Si cabe objetar
algo a Inside Job, además del ritmo innecesariamente acelerado de su
segmento inicial (una especie de videoclip muy bien montado, pero que
desentona –por veloz y superficial– con todo lo que viene después), es su
ingenuidad a la hora de las conclusiones. Una y otra vez, "nostalgia del
buen capitalista" de por medio, la voz en off (que es de Matt Damon) afirma
que después del '30, y por cuarenta años, no hubo crisis económicas; como si
la Gran Depresión y las recientes crisis estuvieran completamente aisladas y
desconectadas de lo que ocurrió durante las cuatro décadas intermedias. Y a
casi todas las ignominias que investiga y desenmascara, el film las termina
contraponiendo a una improbable "ética de los negocios" que lo lleva a
lamentar, por caso, que las diversas compañías no hayan despedido a los
economistas, consultores y operadores que consumaron el desfalco. ¡Como si las
propias compañías no estuvieran corrompidas hasta su mismísima cúspide! O
como si las tropelías de aquellos personajes fuesen actos individuales,
desligados del progreso económico de las empresas que los empleaban.
Limitaciones previsibles, acaso inevitables de esta interesante, valerosa pequeña superproducción estadounidense de formato documental.
Guillermo Ravaschino
Guest
(España, 2010. Dirigida por José Luis Guerin). José Luis Guerín filmó en
2007 En la ciudad de Sylvia (película que se exhibió en el Bafici
2008). A raíz del recorrido que la cinta inició por los festivales del
mundo, el director catalán decidió, cámara en mano, filmar material de cada
uno de esos sitios que visitaba (Venecia, México DF, La Habana, San Pablo,
Lima, Hong Kong) y de las personas que encontraba en el camino. Encuentros
que se definían entre el azar y la intencionalidad de buscar historias de
vida alejadas de los centros y los lugares turísticos y mucho más de ese
mundillo cuasi artificial de los festivales, en la captura del sabor de la
calle y el respirar y el decir del pueblo.
Filmada en
blanco y negro, Guest no deja de ser un ejercicio cinematográfico
pero de alguien que, sin saber muy bien lo que busca, sabe lo que no le
interesa fabricar. Un invitado que no expone a sus anfitriones sino que apenas
aspira a mostrarlos, en su diferencia y particularidad, ante los ojos de
quien está acostumbrado a ver siempre lo mismo (nosotros como espectadores cómodos).
Y lo que consigue depende inevitablemente de la atracción y del interés que
pueda despertar la persona-personaje "entrevistada". Por ello es que hay
momentos en que la atención puede variar o perderse. Lo que siempre
permanece es una mirada que aporta mucho más y encuentra qué contar, sin
guiones ni tesis ni hipótesis ni mensajes, por encima de la media del cine
ficcional que padecemos semanalmente en carteleras. Javier Luzi
Outrage (Autoreiji.
Japón, 2010. Dirigida por Takeshi Kitano). La última película de Kitano es
un catálogo de atrocidades en plano detalle. Recuerdo muy pocas películas en
las que se torture y mutile con una cercanía gélida tal entre el objeto y
objetivo que hace pensar en el fuerte efecto abstracto del plano
pornográfico. La diferencia es que aquí los núcleos de acción no duran
tanto, pero se repiten con cierta regularidad, de modo que después de unos
minutos uno adivina la estructura cíclica de lo que está viendo y espera la
irrupción, siempre anunciada, del hecho truculento. Se podría pensar que Outrage
es una película de gángsters y, literalmente, lo es. Pero tiene
mucho menos que ver con las anteriores películas de yakuza de Kitano que con
Takeshi's, Glory of the Filmmaker y Aquiles y la tortuga.
Porque a diferencia de Violent Cop, Sonatine o Flores de
fuego, la ya por entonces débil –por calculadamente inconexa– pero
omnipresente estructura narrativa aquí se vuelve superflua, pues no hay
identificación posible con personaje alguno, ninguno se desarrolla lo
suficiente ni podemos establecer empatía con nadie, y todo funciona en la
película como pieza intercambiable, como materia prima estilística. Si en Aquiles y la tortuga Kitano hacía de las artes plásticas la materia
prima de su combinatoria, aquí el cine de gángsters es la excusa genérica
para una experimentación abstracta desoladora. Varios personajes distintos
dicen a lo largo de la película una frase que constituye la mejor de
definición de Outrage: "Es sólo una formalidad". Pero la más
desagradable, nihilista y desesperanzada –¿también la más cínica?– que haya
filmado Kitano hasta el momento. Marcos Vieytes
Tournée
(Francia, 2010. Dirigida por Mathieu Amalric). Como las chicas que
conforman la troupe de New Burlesque y su gira por las ciudades costeras de
Francia, Tournée se mueve por los bordes, los espacios de transición.
Mathieu Amalric retrata muchos bordes en su película: los curvilíneos y
descomunales de sus bailarinas, contestándole a la belleza anoréxica
construida como ideal por la sociedad de consumo; los frecuentemente
franqueados de la ficción y el documental; los muy fértiles que se ubican
entre la cultura francesa y la estadounidense; los irritantes del buen gusto
y la mesura. Tournée es, también, border, defendiendo a capa y
espada a unos personajes fascinantes por infrecuentes y por esencialmente
raros, que llevan a cabo hermosos números de cabaret, que Almaric filma con
una atención y un cuidado que lo hace a uno preguntarse si no se dedicó
simplemente a construir un relato ficcional (que lo tiene a él y a las
chicas como protagonistas) alrededor del espectáculo.
La ficción
lo involucra a él, interpretando a un manager que tuvo sus 15 minutos de
gloria como conductor de televisión y que trajo al grupo de burlesque desde
Estados Unidos para hacer un tour (de ahí el título) por el país. El
objetivo del personaje de Amalric es poder cerrar el tour en París de forma
triunfal con las chicas, pero como buen border autoasumido, no puede
evitar el movimiento centrífugo...
Hay ecos del personaje de Ben
Gazzara de The Killing of a Chinese Bookie de Cassavetes en el
personaje de Amalric y del estilo del realizador americano en la forma de
registro y la sensación de espontaneidad que emana Tournée. Hay
también una historia de amor entre el manager y una de las chicas, relación
bilingüe y bipolar que de a poco va ocupando el centro de la escena. Y esta
relación es novedosa porque así lo es la versión del sexo que estas mujeres
extraordinarias llevan consigo como estandarte, explotando su sexualidad y
su cuerpo bajo sus propios términos, como lo demuestra la gran secuencia en
el casamiento de la pareja oriental. Película e historia de amor concluyen
en el mismo lugar, un hotel abandonado en una isla al que todo el grupo ocupa, transformándolo en un paraíso de emociones como montañas rusas y
placer de parque de diversiones para adultos. Espacio apartado y en el
margen en el cual forjar su propia identidad distintiva, su manera personal
de ser y existir más allá de los otros. Fabuloso destino para un cine de la
periferia, que no sólo se define a sí mismo, sino que se divierte
haciéndolo. Hernán Ballotta
Hahaha (Corea del Sur,
2010. Dirigida por Hong Sang-soo). Las películas de Hong Sang-soo que más me
gustan (Turning Gate, Woman on the Beach) son las más
lineales, aquellas con menos alteraciones estructurales o en las que una
puesta en abismo sugerida y casi imperceptible no anula el placer inmediato
de sentirse bebiendo, charlando y cogiendo con sus personajes. Nadie como él
ha filmado la intimidad concreta, banal y a la vez significativa de los
cuerpos, esa materia que es puro presente, que es puro tránsito y, por ello
mismo, humana en su fragilidad. En Hahaha, sin embargo, no hay
escenas de sexo ni tampoco esas largas conversaciones que el alcohol dilata
y aligera. La película está estructurada como una charla entre dos amigos,
pero no la vemos nunca, salvo por unas fotos fijas en blanco y negro, sobre
las cuales escuchamos cada cierto tiempo unos breves diálogos en off. Entre
dichos separadores se suceden episodios que involucran a un tercero y a unas
cuantas mujeres, parejas más o menos estables, más o menos ocasionales, de
los protagonistas, y una madre (que se suma a las varias que se lucen en el
último cine coreano, como la de Mother, de Bong Joon-ho, y la de Poetry,
de Lee Changdong, la mejor película de este festival). Hay más corte y más
zoom que otras veces. Esos zooms que suelen reencuadrar el rostro de uno de
los interlocutores pero que no parecen estar ahí para revelarnos nada
extraordinario sino, justamente, su ausencia, las ganas de encontrarlo o,
mejor, la posibilidad de que sea la voluntad de nuestra mirada enfocándose
en alguien que hasta entonces era uno más entre la multitud lo que lo vuelva
único, al menos por un rato. Marcos Vieytes
Poetry
(Shi. Corea
del Sur, 2010. Dirigida por Lee Changdong). El surcoreano Lee Changdong
toma los materiales más difíciles, más apriorísticamente inflamables,
para construir con ellos los relatos más concentrados de humanidad del cine
contemporáneo. Y hablo de humanidad en toda su dimensión defectuosa,
perversa, ridícula, pero también tierna, amable, sublime. El cine de Lee
presupone toda la ambigüedad y contradicción que esconde la palabra
"humanidad", y la pone en escena con un cuidado extremo, extraordinario.
Poetry se inicia, justamente, en la dimensión de la palabra: Mija de
repente se da cuenta de que está empezando a olvidarlas. Y no cualquier tipo de
palabra: Mija está olvidando los sustantivos (sí, como "humanidad", pero
también "billetera" y todo aquello que permite que funcionemos de forma
cotidiana), por lo que el mundo que la rodea comienza a volverse
ininteligible, a perder sentido. En aras de recobrarlo, la mujer entra en un
curso de poesía, justamente el arte de encontrar la palabra justa para
describir el mundo.
Pero
como suele suceder en las películas de Lee, el mundo es un lugar
frecuentemente hostil y horrible, por lo que el acto de la poesía se vuelve
para Mija un intento de redimirlo, de encontrar la justicia en una sociedad
arbitraria y violenta. Más aun después de enterarse que su nieto
adolescente, a quién ella cría sustituyendo a su hija que se fugó a Seúl,
abusó sexualmente de una compañera de colegio junto a varios amigos,
empujándola al suicidio. Los padres de ellos planean sobornar a la madre de
ésta para que no presente cargos, exigiéndole a Mija que ponga su parte del
dinero...
Hay una especie
de milagro llevándose a cabo en el interior de cada película de Lee
Changdong por el cual un argumento tan excesivo como éste (una mujer con
Alzheimer debe hacerse cargo de su nieto violador que, para colmo, no siente
culpa) se transforma en una película justa, medida y noble. Dicho milagro es
difícil de explicar, pero como el profesor de poesía en la película menciona,
está ligado a la forma y a la mirada: Lee desarrolla una ética
cinematográfica inapelable, que logra redimir los lugares y situaciones más
oscuros extrayendo belleza (poesía) de ellos, relacionada con su uso del
fuera de campo y su tendencia a expresar las contradicciones y ambigüedades,
a eludir cualquier cristalización de conceptos o certezas unívocas. Y a la
manera de Crazy Heart, el punto de llegada de Poetry es una
creación artística que expresa la experiencia transitada hasta el momento –una canción ("The
Weary Kind") en aquélla y un poema en ésta–, capaz de
encontrar el rincón de belleza oculto entra tanta tristeza, duelo y fealdad.
Hernán Ballotta
Yo maté a mi madre (Canadá, 2010. Dirigida por Xavier Dolan). Con dos
películas en su haber (bajo estas líneas encontrarán la crítica de la otra) y apenas 21 años, el canadiense Xavier Dolan ya se ha
convertido en el director con más futuro en el mundo de los festivales de
cine. Al menos así lo entiende la prensa mundial que vio en su
estilo reminiscencias de Almodóvar, Wong Kar-wai y
Cassavetes. Yo maté a mi madre, su primer film, es un intenso drama
sobre un adolescente (el propio Dolan) que tiene una relación compleja y
enfermiza con su madre: enfermiza en el nivel del te amo-te odio
representado en diálogos de una intensidad asfixiante y de una violencia
psicológica que apabulla.
Es evidente
en este film que Dolan tenía muchas cosas por decir al momento de elaborar
el guión. Sin ser autobiográfico, su personaje tiene mucho de sí mismo:
joven, homosexual e irascible, el protagonista vive en constante
confrontación con su progenitora. Pero es una confrontación que busca el
acercamiento. Contradictorio y, claro que sí, adolescente. Comportamiento
algo histérico mediante, el Hubert de Dolan quiere ser aceptado tal cual es, pero a
su vez no le sale otra que dañar al que tiene cerca. Lo mejor del director
es que no victimiza a su personaje, sino que lo muestra en su constante
ambigüedad.
Desde lo formal,
Dolan tiene muchas ideas visuales (el plano final, algunos acercamientos al
videoarte) y encuadra con precisión para aprisionar a sus personajes en
esos diálogos virulentos. Tal vez uno pueda reprocharle cierta repetición y
estiramiento del conflicto –siempre una pelea que lleva a otra–, pero ante una
ópera prima tan
interesante a cargo de un joven de 20 años uno no puede más que sacarse el
sombrero y, solamente, esperar por el futuro. Mauricio Faliero
Les amours imaginaires (Canadá, 2010. Dirigida por Xavier Dolan).
Marie y Francis son jóvenes y amigos inseparables. Un día llega al grupo que
frecuentan Nicolas, un muchacho seductor, bello, inteligente, manipulador,
encantatorio. Quien además
–para peor–,
se sabe poseedor de todas esas
cualidades. Con una histeria galopante y un egocentrismo a prueba de
cualquier amor que no sea el propio. Las cartas están echadas para
los dos amigos que harán lo imposible, recurriendo a todas las armas que tienen a
su alcance, para conquistarlo y hacerlo suyo. Eso sí, sin descuidar las
formas.
Xavier
Dolan con su segunda película vuelve a ratificar los galones conseguidos con
Yo maté a mi madre, realizada a los veinte años, exhibida y premiada en
cuanto festival se presentó durante 2009. Les amours imaginaires
consigue combinar cierta estética propia de Wong Kar-wai (con sus ralentis
en caminatas, su mirada sensual sobre cuerpos y vestidos, su exquisita y
apropiada elección de la banda sonora
–en este caso canciones francesas e
italianas–) con personajes que pueden ser parientes jóvenes de
tantas criaturas
almodovarianas con su mundo en el que el único motor es el deseo, y también
con la
frescura de las clásicas comedias románticas hollywoodenses (por ahí anda el
espíritu de Audrey Hepburn para ratificarlo). Sin olvidar que el objeto de
atracción remeda a un crecido Tadzio viscontiano (o a esos efebos
pasolinianos o fassbinderianos) donde la belleza y la perversión se dan la
mano.
Filmada con
refinamiento y actuada por un terceto maravilloso (el propio Dolan, Monia
Chokri y Niels Schneider), los juegos de atracción sexual y sensual comienzan
causando un humor inevitable hasta volverse perversamente dolorosos y cuando
el amor no encuentre cauce provocarán un nudo en la garganta. El desamor
suele ser muy cruel pero seguramente peor resulta descubrirse –después de
creerse liberados y maduros– atados a una cadena irrompible, como un
autómata manejado por hilos invisibles, como un bebé sin decisión,
como un necio que vuelve a caer cegado por los brillos de una
estrella fugaz. Javier Luzi
Nunca me
abandones (Inglaterra, 2010. Dirigida por Mark Romanek). Mark Romanek
traslada la novela de Kazuo Ishiguro a la pantalla grande. Kathy (Carey
Mulligan), Ruth (Keira Knightley) y Tommy (Andrew Garfield) son amigos desde
la infancia. La voz en off de Kathy nos relatará quiénes fueron, quiénes son
y cómo han llegado a este presente terminal en el que los encontramos.
Qué significan los rigores y el enclaustramiento de la institución
educativa que los formó o esa función de "acompañante terapéutica" que la
dicente desempeña. Qué relación han tenido los tres y cuál no han podido
generar.
A medida
que el relato avanza se va armando el rompecabezas y se aclaran muchas
dudas y preguntas que quedaban flotando (por eso es que no quiero adelantar
más); lo que la película no consigue es lograr que sintamos empatía por sus
personajes. Definitivamente el tono elegido para relatar la historia se pega
al ascetismo y la frialdad que el entorno propone (quizás deriva un poco de
la escritura de Ishiguro, que siempre es precisa y desprovista de
afecciones), lo que hace que la medianía se adueñe de todo el metraje y los
picos emotivos no se noten jamás por fuera de la corrección que uno, además,
supone característica de lo inglés. Las más terribles revelaciones se
suceden sin que aparezca una disonancia y a pesar de la supuesta tensión
acumulada ningún estallido sucede y un destino predeterminado se cumple a
rajatabla, siendo acatado por los protagonistas con una templanza
martirológica.
La distancia
elegida apaga los sentimientos y, si bien evita los golpes bajos y la
lágrima fácil, nos deja de este lado de la pantalla como testigos lejanos y
poco comprometidos con un tema que nos debería haber tocado más
profundamente.
Javier Luzi
La noche
que no acaba (España, 2010. Dirigida por Isaki Lacuesta). Aceptando el
axioma godardiano de que todo film es, a su vez, el documental de su
realización (es decir, que en toda película se imprimen las huellas del
trabajo de sus hacedores delante y detrás de las cámaras, que encierra para
siempre el presente concreto de la filmación, en contraste con el presente
abstracto de la trama), Isaki Lacuesta intenta detectar los rastros de la
Ava Gardner real en los desechos de celuloide que dejó a su paso por
España, refugio contra la opresión de la industria hollywoodense que todo lo
achata. En realidad, sería más justo utilizar el
plural: La noche que no acaba se aproxima a "las" Ava Gardner, dado
que ella se desdobla una y otra vez, replegándose sobre sí misma en un diálogo
en el que el tiempo se vuelve repentinamente vertical, anacrónico. Por eso
Lacuesta utiliza dos narradoras, Ariadna Gil y Charo López, enfatizando el
efecto de multiplicación sobre la figura de Ava.
Las películas
que filmó en España, tal vez con la excepción del fracaso comercial 55
días en Pekín de Nicholas Ray (él también, como Ava, un rebelde de la
industria), son sus menos célebres, lo que le permite a Lacuesta abandonar
la leyenda cinematográfica y concentrarse en la realidad fílmica: la
historia de su cuerpo en pantalla, las fantasías que proyectaba y su efecto
en quienes la conocían. El director completa las imágenes de sus películas
con entrevistas a quienes la rodearon (o habría que decir, considerando su
impacto en todos ellos, quienes se rodearon por ella) e imágenes
documentales de archivo, a veces contextuales, otras asociativas. A Lacuesta
parece interesarle la justicia poética (es ejemplar el momento que le dedica
a la doble de cuerpo de Ava en una escena de desnudos en una de sus
películas, protagonizando su propio desnudo gracias a La noche que no
acaba por primera vez más de medio siglo después), por eso pierde fuerza
cuando se distrae con anécdotas más pequeñas, más cercanas al cholulismo,
como los lugares que frecuentaba, la gente que veía, los hombres con los que
se acostaba, los amores de una morocha. Y sin embargo todo aquello
constituye la historia de una reunión fortuita que dejó huellas definitivas
en ambas partes: la Ava Gardner de España y la España de
Ava Gardner. Hernán Ballotta
Megamente (Estados Unidos, 2010. Dirigida por Tom McGrath). Luego de la gran Cómo entrenar a tu dragón, Dreamworks decidió volver al
territorio que mejor conoce, el de la comedia lunática y los chistes
intertextuales a velocidad de rayo. Para la dirección convocó a uno de
los principales especialistas de la casa, Tom McGrath, y para las
voces a un par inmejorable: Will Ferrell y Tina Fey. Megamente exhibe todos los aciertos y falencias de Dreamworks (gags hilarantes con
momentos cancheros que se pasan de posmodernos), pero también algo del
espíritu Ferrell dando vueltas que la convierte en un hito dentro de la
escudería, a la altura de Kung Fu Panda.
En un veloz
y perfecto prólogo que toma elementos de Superman, vemos el crecimiento en paralelo de Megamente y
Metro Man, extraterrestres que arribados a la Tierra se convierten en el
villano y superhéroe, respectivamente, de esta historia. Pero Megamente,
el film, bajo su capa repleta de acelerados chistes esconde
una reflexión acertada y sincera sobre el Bien, el Mal y las historias de
superhéroes. Básicamente, se trata de cómo un tipo muy malo (a su pesar) se
convierte en alguien bueno (a su pesar también). Y entre medio, cómo impactan la
maldad, la bondad y el poder en el resto de la sociedad. Todo sin ponerse
extremadamente solemne
–habitual debilidad del género– y con un ritmo
endiablado.
Por cierto que la película de
McGrath no tiene la inteligente lectura social que ofrecía Los increíbles
de Brad Bird, pero aporta otro punto de vista a este tipo de aventuras: una
reconstrucción de las películas de superhéroes con todos sus estereotipos a
la vista. Otro de los aciertos
del film, toda vez que reflexiona sobre cómo se construye un héroe en
vínculo con la sociedad. A modo de yapa, la presencia oral de Ferrell contribuye con
esa cuota de absurdo cómico que tan bien maneja el actor de El reportero.
Así como lo hace habitualmente con su coequiper Adam McKay, el comediante
toma aquí un universo reconocible y lo deja del tamaño de un carozo de
aceituna. Megamente es un Dreamworks efectivo y feliz. Mauricio
Faliero
Oki's Movie (Corea
del Sur, 2010. Dirigida por Hong Sang-soo).
Oki's Movie
presenta varias novedades sobre un cuerpo fílmico tan homogéneo (y tan
homogéneamente bueno) como lo es la filmografía de Hong Sang-soo. En
principio, la voz en off, introducida también en Hahaha pero
acá llevada al límite, multiplicada por los tres protagonistas de la
película: una joven estudiante de cine (Oki) que compone un triángulo
amoroso con un compañero y un profesor bastante mayor que ella. La segunda
novedad es que Oki's Movie está dividida en capítulos,
narrados desde los diferentes puntos de vista del triángulo. Lo que
significa que, por primera vez, Hong arma un relato desde la perspectiva de
la mujer, que es lo que sucede en el último capítulo, llamado convenientemente “Oki's
Movie”: los 20 minutos más geniales de su filmografía. Y lo son porque
presentan la novedad más relevante y original de la película, la
construcción de una puesta en abismo complejísima y muy sofisticada, que
resignifica todo lo visto hasta el momento.
La
cuestión es que la complejidad laberíntica de Oki's Movie y su humor
irónico inusualmente oscuro y hermético (¿qué sugiere la recurrencia de la
canción "Land of Hope and Glory" en los créditos de los diferentes capítulos?,
¿y la escena en la que el profesor vomita un pulpo vivo?) la vuelven una de
las películas menos inmediatamente placenteras de su carrera. Ese es el precio a pagar por la ambición y las novedades en su programa
estético. Y aunque todos los elementos típicamente "hongianos" están
allí (la bebida y la comida, el mundo de la academia y la realización
cinematográfica, los triángulos amorosos, los diálogos que exponen u
ocultan), hay un aire de extrañeza, de opresiva tristeza (que no melancolía)
que la marca a fuego. Hahaha, presentada también en este festival y otro
ejemplo paradigmático de su cine (aunque, claro, con sus propias
variaciones), representó el costado mas leve, feliz y transparente de Hong
Sang-soo, que Oki's Movie parece haber perdido en el camino.
Hernán Ballotta
El gran
Vázquez (España, 2010. Dirigida por Oscar Aibar). Oscar Aibar parecía
una elección ideal para plasmar un film sobre Manuel
Vázquez Gallego, uno de los historietistas más influyentes en España a
partir de su trabajo en la renombrada Editorial Bruguera. Aibar es guionista
de comics y, por lo tanto, alguien que comprende el universo a
retratar. Si sumamos que el encargado de ponerse en la piel de Vázquez
resultó ser
nada menos que Santiago Segura, uno diría que nada malo podía pasar. Sin
embargo, el film de Aibar pasa
apenas como una película simpática, menor, con muchas decisiones formales
fallidas y una machacona tendencia a denotar lo que el personaje significó
cayendo peligrosamente en la bajada de línea.
Vázquez era un
personaje complejo: por un lado un gran artista, un creador copioso y con
una enorme producción; y por otro, un vividor, un mentiroso, alguien que
descreía de toda regla social y vivía plagado de deudas. Segura construye a este
simplón con una alta cuota de carisma. El gran Vázquez no tiene para
dar mucho más que la fascinación que el propio actor genera, y va cayendo
desapasionadamente y sin prisa en todas las convenciones del biopic. Por
ejemplo, y a la usanza de la notable American Splendor, los
personajes de Vázquez toman vida, pero en este caso sin una justificación
narrativa ni una idea visual precisa. El gran Vázquez se estira,
hasta
resolverse como un film rutinario y aburrido. Mauricio Faliero
SECCION
SENTIDOS DEL HUMOR
Mammuth
(Francia, 2010. Dirigida por Benoit Delépine y Gustave Kervern). A la salida
del cine, Diego Trerotola decía que esta última película de los directores
de Louise-Michel era una sobre el cuerpo de Gérard Depardieu, sobre las
huellas que la muerte de su hijo Guillaume, a quien está dedicada, dejó en
la carne de ese hombre. También, que en ella están muchas de las cosas que
más ama, entre ellas las motos y los vinos. La ficción que disfrazaría
apenas este documento consiste en el viaje a bordo de la moto clásica del
título de un flamante jubilado que debe encontrar a sus viejos empleadores
para asegurarse el dinero que le permita sobrevivir durante los últimos años
de su vida. El viaje funciona como hilo conductor, menos dramático que
espacial, sobre el que se despliegan con libertad episódica una serie de
gags no pocas veces sombríos y elaborados a partir de la precisión filosa
del encuadre. El mundo de estos directores es uno en el que una góndola de
supermercado puede funcionar como barrera de clase social que separa a
perdedores que deberían unirse, o en el que se puede salir a dar un paseo al
mar en pileta de natación. El espacio es artificial, los objetos pueden
tener usos diversos a los estipulados por sus productores, todo puede
enrarecerse con un sentido juguetón y liberador que, sin embargo, no alcanza
a disipar la amargura del diagnóstico que la película da sobre el mundo. Hay
detrás de ella varias generaciones de gente llena de buenas intenciones,
estrepitosos fracasos o, más bien, variadas impotencias, torpezas y dolores.
Hay pocas escenas más terribles que aquella en la que un empresario
bodeguero le dice muy suelto de cuerpo a su viejo empleado que nunca lo puso
en blanco porque es un imbécil, y que esa ha sido la razón por la que su
vida es un fracaso. Vida que incluye un intento de suicidio frustrado
visualmente elidido, ofrecido como dato casi imperceptible al espectador a
través de una subjetiva sonora. Y vida acompañada siempre por el fantasma de
una novia muerta, Parca encarnada en el rostro de una Isabelle Adjani cuyo
maquillaje de accidentada apenas si disimula los estragos que, no el tiempo,
sino la lucha quirúrgica contra el tiempo, inscribieron sobre su cara. Marcos
Vieytes
Ivory Tower
(Torre de marfil. Canadá, 2010. Dirigida por Adam Traynor). Con el espíritu
estridente del cine anarco-deportivo de la dupla Will Ferrell/Adam McKay,
Adam Traynor hace de su ópera prima una película inusual, un musical de
música electrónica, con
el ajedrez como la reina blanca a travestir (ya lo verán). Y cuenta para
ello con tres integrantes de la movida electropop canadiense: Chilly
Gonzales (también productor, guionista y co-creador de la maravillosa banda
sonora), Tiga y Peaches. Gonzales encarna a Hershell, otrora campeón de
ajedrez que, hastiado de la competencia y la fiebre de la victoria que lo
alejó de su novia inventora de las "violinstalaciones" Marsha (Peaches),
comienza una peregrinación mundial en busca de su lugar en el mundo del
ajedrez. Así inventa el ajedrez-jazz, en el que el acento está puesto en la
musicalidad de las piezas y en la improvisación, en el que no se compite con
el adversario sino que se colabora y en el que las piezas pueden moverse con
total libertad, haciendo del ajedrez-jazz, como de Ivory Tower, una
experiencia liberadora en su nonsense absoluto.
Hershell
retorna a su país con el ajedrez-jazz bajo el brazo e intenciones
evangelizadoras, pero se encuentra con la negativa de la industria del
ajedrez a respaldar el proyecto. También lo rechaza Thadeus (Tiga), el hermano de
Hershell que ocupó su lugar como campeón de ajedrez y novio de Marsha en una
vuelta de guión de tragedia griega tomada a la chacota; un yuppie del juego
estructurado y competitivo. Ante la negativa de Thadeus, Hershell decide
recuperar sus laureles de ajedrecista
participando en el campeonato más absurdo jamás ideado y trasmitido. Y la
farsa se completa con una secuencia de montaje que ridiculiza todas las
secuencias de montaje sobre el entrenamiento, con el ojo puesto sobre los
contrastes exagerados de Rocky 4.
Ivory Tower
cuenta con varios de los diálogos más divertidos en mucho tiempo, demostrando
que con ideas y espíritu de juego (que no de competencia) la falta de
presupuesto es casi una virtud. Asumiéndose nerds (los personajes se saludan
con un "peón cuatro rey") y arties, los muchachos de Ivory Tower
alcanzan una instancia superadora, en la que el cine feliz y placentero
puede tomar la forma de una comedia disparatada de bajo presupuesto. O
subirse a la Torre de Marfil sólo para saltar al vacío. Hernán Ballotta
Robert
Mitchum est mort (Francia-Polonia-Bélgica-Noruega, 2010. Dirigida por
Olivier Babinet y Fred Kihn). El aspirante a actor Franky (Pablo Nicomedes)
y su representante Arsene (Olivier Gourmet) viajan por territorio francés a
bordo de un auto robado y en busca de un importante director, a quien desean
presentarle un guión para filmar. Robert Mitchum est mort es un
intento de comedia "absurda" con un par de personajes "imposibles" (el actor
es incapaz, un poco tonto pero de buen corazón; el representante, un
estafador y mentiroso compulsivo) en medio de una situación "descabellada".
Si hay tantas comillas en la oración anterior es porque todo lo que
supuestamente debería ser este film... no lo es. No es divertido, ni
absurdo, ni alocado, aunque sí algo abúlico y pesado. Se reconoce en algunos
momentos una fuerte influencia de cierto cine de los hermanos Coen, sobre todo en
la gratuidad con que los personajes son burlados y puestos en ridículo. No
obstante, el rostro extraño de Nicomedes aporta un aire enrarecido que se
agradece y la presencia de Gourmet, lejos de los Dardenne, brinda algo de
dignidad a su despreciable personaje. Mauricio Faliero
SECCION
BUSCO MI DESTINO
Tiny Furniture
(Estados Unidos, 2010. Dirigida por Lena Dunham). Tiny Furniture
inicialmente puede parecer una comedia neoyorquina independiente con todos los clisés de este
tipo de películas: los jóvenes sin rumbo, la familia disfuncional, la
intelectualidad, la incorporación de lo urbano como un personaje más, los
diálogos pseudo reflexivos que hacen pie en el humor con una alta carga de
ironía. Lena Dunham, la directora, guionista y protagonista, es Aura, una
joven que tras recibirse y romper con una relación de pareja, recala por un
tiempo en la casa de su madre, para convivir con esta y con su hermana
menor. Obviamente, será una etapa de aprendizaje.
Lo primero a destacar de
Tiny Furniture es la propia Dunham: esta es su segunda película tras
Creative Nonfiction y, a pesar de sus 24 años, se muestra sumamente
rigurosa con el universo que recrea. Pero hay algo más: su madre y
su hermana en la ficción son su madre y su hermana en la vida real. Y lo
importante de esto no es que el film adquiera un sesgo documental –lo que
sería una tontería innecesaria–, sino que ayuda a disolver toda la malicia y el
cinismo de este tipo de propuestas para que cada personaje tenga su
tratamiento coherente y cariñoso. Una
historia simpática, amable, graciosa y que no esquiva lo trágico de una
etapa complicada de la vida. Mauricio Faliero
Scott Pilgrim vs. los
siete ex de la chica de sus sueños (Scott Pilgrim vs. The World.
Estados Unidos-Inglaterra-Canadá, 2010. Dirigida por Edgar Wright). Algunos
me han dicho que está basada en un videojuego, y otros que transmite la
experiencia de jugarlos. Como nunca jugué a ninguno, no estoy en condiciones
de confirmarlo o refutarlo. Pero si
empiezo hablando de esto es porque mientras la veía en la sala repleta del
Ambassador 1 me topé con una experiencia que hace mucho tiempo no me
tocaba. Percibí una especie de euforia generacional de la que no me
consideré totalmente partícipe, pero en la que me dio gusto participar, al menos como mero espectador. Días después asistí a una función de
Arroz con leche, la "screwball comedy" de Carlos Schlieper, y siento
cercanías entre ambas. Es cierto que hay más de 50 años de diferencia, pero
la apuesta es parecida: representar las idas y vueltas del amor a la máxima
velocidad posible. Verlas es como estar viendo una carrera de IndyCar, en la
que los coches dan vueltas cada vez más rápido alrededor de un circuito
previsible, hasta que llega un punto en el que deja de importarnos quién
llega a la meta primero, o en qué posición lo hacen, cómo se resuelve un
determinado conflicto dramático, o si no se resuelve en absoluto, y nos
dejamos llevar por el vértigo ingrávido del deseo, por la ligereza del
juego. Noto, sin embargo, al menos una diferencia tonal importante. Arroz
con leche es una película sobre adultos diseñada, como toda screwball,
para que el dolor no se cuele siquiera por el más mínimo intersticio.
Scott Pilgrim... es una película sobre adolescentes de hoy, vale decir
jóvenes viejos, y una comedia formalmente alocada, técnicamente vertiginosa,
pero más que nada romántica. Marcos Vieytes
SECCION
ESTADOS ALTERADOS
Song of Tomorrow (Framtidens melodi. Suecia, 2010.
Dirigida por Jonas Bergergard y
Jonas Holmström). Ver Song of Tomorrow en el marco de un festival es
una experiencia liberadora. Sencilla en sus materiales, honesta y noble
en el retrato de dos marginales al borde interior de la locura y la
desesperanza (Janos, un músico callejero y homeless que interpreta canciones
populares suecas no exentas de ironía y su viejo e incondicional
amigo/manager, Stig), la ópera prima de Jonas Bergergard y Jonas Holmström
vuelve a demostrar que salir al mundo sin ideas preconcebidas y con la
curiosidad intacta es un buen antídoto contra el cine grave, riguroso y
agresivo que se suele encontrar en estos contextos. Cine feliz sobre gente
infeliz que quiere dejar de serlo, o serlo un poco menos y de forma personal
(como dijo mi gran amigo Fabián a la salida del cine, el derecho inalienable
a elegir el modo de ser un perdedor).
Bergergard
y Holmström siguen a los protagonistas con cámara en mano y sin exagerar la
distancia, construyendo con ellos un núcleo afectivo que es a la vez corazón
y motor de Song of Tomorrow. El método de registro es similar a la
estrategia "fly on the wall" con la que Pennebaker siguió a Bob Dylan en
Don’t Look Back, salvo que en esta ocasión estamos frente a una obra de
ficción, aunque sus protagonistas se interpreten a sí mismos. Janos tiene la
impredecibilidad de un loco o de un bohemio, y es ambas cosas por elección y
por fuerza mayor. Lleva su guitarra agujereada a cuestas constantemente,
porque es un performer incontrolado y la necesita consigo, escudo protector
y altavoz con conexión directa a su espíritu. Stig trata de encauzar la
fuerza creativa (que él cree inagotable) de su protegido, tratando de
armarle recitales y oportunidades de negocios. Janos acepta más para
complacer a su amigo que por ambición personal, pero su tendencia al
alcoholismo y a desaparecer de repente dificulta la evolución del proyecto.
Avanzar a pesar de todo, en eso consiste el motivo de Song of Tomorrow,
que la pareja protagónica sostiene hasta el último plano, un viaje en tren
que los separa (tal vez) definitivamente.
Bajo el blanco sol sueco de
una tarde de verano, sobre el margen de un río en el que Janos se baña bajo la
mirada ensoñada de Stig, Bergergard y Holmström construyen el regalo
cinematográfico definitivo, una cálida caricia al espectador, un elixir de
espontaneidad fílmica, un trozo de celuloide al cual volver una y otra vez
para encontrar refugio. Hernán Ballotta
Winter Vacation (Han
jia. China, 2010. Dirigida por Li Hongqi). Planos fijos que duran una
eternidad, disposición geométrica de los motivos visuales que endurecen y
enfrían la imagen, monocorde y áspero telón de fondo sonoro, mucha nube,
mucha nieve y nada de sol, unos cuantos adolescentes al pedo, monoblocks,
acciones que se vuelven absurdas debido a la repetición ritual, diálogos
pronunciados sin la más mínima intensidad dramática. Todo esto puede verse
en una película uruguaya o nacional (salvo la nieve), finlandesa,
neoyorquina o china, como en este caso, y dichas similitudes obedecen a por
lo menos un par de causas. Sus realizadores suelen haber aprendido cine en
algún tipo de institución y tienen una concepción estética antes que
dramática del mismo, y los adolescentes han pasado a ser un emblema del
vacío contemporáneo global. Menos que una resistencia, porque el
escepticismo general ya disolvió –que no resolvió– toda dicotomía, su
automatismo funciona como evidencia de un mundo inerte. ¿Qué hace diferente
a esta película de otras por el estilo? Un nieto, su abuelo y el sentido del
humor. El nene no tiene más de cinco años y más que un nene es un enano, en
el sentido de niño adulto. El juego deliberado con las perspectivas, que
tiende a encerrar a los personajes en la intemperie de un paisaje urbano
afín a las arquitecturas estalinistas, da lugar a una escena que parece una
versión extraterrestre de un momento clave de Rio Bravo. Como John
Wayne en la película de Hawks cuando se paraba detrás de un mercenario, lo
miraba fijo y terminaba echándolo del plano y la película con la sola
potencia de su mirada, el nene de Winter Vacation hace lo propio con
un adolescente que sopapea recurrentemente a su hermano para sacarle plata.
Ausente cualquier clase de adulto que pueda ocupar el lugar de una figura
paterna, este chiquito deambula por la película a su antojo, mantiene con su
abuelo los diálogos más divertidamente desoladores que pudieron escucharse
en este festival y, a la típica pregunta sobre qué le gustaría ser de
grande, responde "huérfano". Y está todo dicho. Marcos Vieytes
SECCION
HORA CERO
Machete Maidens
Unleashed! (Australia, 2010. Dirigida por Mark Hartley). En este mismo
festival, pero hace dos ediciones, se presentó Not quite Hollywood,
un documental sobre el cine de explotación australiano (ozploitation)
que recorría la historia de este fértil subgénero surgido a principios de la
década del '70, sobrecargado de sexo, violencia y escatología. En Machete
Maidens Unleashed! el realizador Mark Hartley instala esta vez su lupa
clase Z sobre las coproducciones entre Estados Unidos (y en especial New
World Pictures, la compañía productora de Roger Corman) y Filipinas en
territorio del país asiático. Estas películas, producidas en pocos días con
muy bajo presupuesto, técnicos filipinos y protagonistas norteamericanos, se
desarrollaban contra el telón de fondo de la dictadura de Ferdinand Marcos,
de marcado perfil autoritario y militarista. Primera paradoja: estas
películas de espíritu subversivo y liberal eran posibles gracias a un país
abierto al capital extranjero sin restricciones con una industria de cine ya
instituida y disciplinado por una dictadura conservadora.
El documental de Mark Hartley cuenta este fenómeno a través de entrevistas a
la gente involucrada, recurriendo a un montaje acelerado que intenta
imponerse por acumulación. Por momentos parecería que Hartley cuenta con un
reservorio casi infinito de películas desconocidas, como si descubriera el
velo sobre una dimensión paralela de la ya inabarcable historia del cine
universal. Y allí entran en escena películas (mal actuadas, mal dobladas)
sobre monstruos mutantes violadores, la saga de Weng Weng, parodias a James
Bond protagonizadas por un enano filipino, o las películas de cárceles de
mujeres en medio de la selva (que marcaron el inicio de la carrera de la
estrella del Blaxploitation Pam Grier, recuperada en otro acto de
salvajismo cinéfilo por Tarantino en Jackie Brown), supuesto cine
feminista disfrazado de sexploitation.
Pero lo
que vemos en Machete Maidens Unleashed! no son películas filipinas, a
pesar de la presencia tras cámaras en algunas de ellas de directores claves
del periodo como Gerardo de León (Brides of Blood) o Eddie Romero (Beast
of the Yellow Night), sino la siempre oportunista producción de bajo
presupuesto estadounidense, que encontró una ventana de negocios parasitando
la industria de un país en conflicto. Hartley no se detiene en este hecho,
como tampoco en el contexto cinematográfico, porque como sucedía con el
ozploitation y su relación con la Nueva Ola australiana encabezada por
Peter Weir, estas películas se produjeron en el marco del surgimiento de un
nuevo cine filipino, con realizadores como Lino Brocka o Mike de León, el
verdadero cine subversivo y contestatario de la dictadura de Marcos.
Hernán Ballotta
Kaboom (Estados Unidos, 2010. Dirigida por Gregg Araki).
Un joven a punto
de cumplir 19 años anda por la vida y el colegio intentando descifrar su
deseo sexual. Su mejor amiga lo acompaña en la aventura mientras transita la
propia. Entre su compañero de cuarto
–un surfista puro músculo y cero
cerebro–
por el que se siente atraído, un joven que conoce en una fiesta y desaparece
y una muchacha sexualmente desprejuiciada, Smith tendrá tiempo para
encontrarse una
noche con una mujer a la que persiguen unos hombres con (máscaras de)
cabezas de animales. A partir de ese momento se desatará una historia que
sólo puede ser concebida en la mente de un fumón o en esas películas de los
sábados de superacción de nuestra infancia, increíbles y disparatadas.
Gregg Araki
regresa a sus orígenes fílmicos entregándose de lleno a construir un film
que es un claro divertimento, caótico y despreocupado, y en su guión, en su
montaje y edición, una revisión de los géneros populares (comedia
adolescente, ciencia ficción, policial), manejados con pericia e
inteligencia, siempre recurriendo al humor y aggiornándolos a un
presente donde
la mirada multicultural y de género es moneda corriente en determinados
ámbitos.
La música,
las actuaciones, la estética y la puesta en escena sólo deparan momentos
hilarantes desde el primer hasta el último
fotograma, donde la indefinición juega un papel preponderante y lo sexual se
muestra sin tapujos y adultamente sin que tal decisión presuponga ninguna
restricción de público, sino una posibilidad divertida y amplia de entender
la diversidad. Javier Luzi
SECCION ARTE EN EL CINE
Gainsbourg
(Vie héroique) (Francia-Estados Unidos, 2010. Dirigida por Joann
Sfar). "Impriman la leyenda" parece gritar Joann Sfar desde los primeros
fotogramas de su ópera prima. Es que, a contrapelo de tanto biopic que
intenta apuntar la realidad de la vida de la figura en cuestión, a él parece
interesarle descubrir el imaginario de Serge Gainsbourg. Por eso, se da el
lujo de fantasear, de volver fantasía la vida de Gainsbourg y de volver a la
película la fantasía del músico. Gainsbourg (Vie héroique) es una
película para fantasear, porque la de él es una vida heroica, pero,
especialmente, erótica. No es casualidad que termine resultando demasiado
"episódica": la película se divide en etapas, marcadas por cada mujer que
Gainsbourg sedujo. Sfar alimenta la leyenda del Dandy absoluto, del gran
seductor de las mujeres de fantasía. Ellas son el combustible de la
película, la razón de ser del Gainsbourg de fantasía y de las fantasías de
Gainsbourg.
De
entre las fantasías privadas de Gainsbourg, Sfar decide rescatar dos para darle
la corporeidad de un habitante del mundo de historieta: su condición
(física) judía (que Sfar representa como una gran cabeza de varias piernas y
brazos, a partir de un afiche antisemita que Gainsbourg ve de chico, en la
París ocupada), a la que primero teme pero luego descubre que para
exorcizarla nada mejor
que jugar con ella, y su cara de desproporcionada nariz y
orejas, que Gainsbourg toma como excusa para inflar su ego y su talento
seductor. Apropiándose de la capacidad transformista de su sujeto, que pasó
de Lucien Gainsbourg a Serge Gainsbourg a Gainsbarre (vaya uno a saber con
cuántos estados intermedios), Sfar convocó al títere de Guillermo del
Toro Duncan Jones para disfrazarse de un alter ego del músico (con acento en el
ego) que funciona como una especie de musa perversa para sus poemas y
canciones ídem.
Ego y
Eros, los dos dioses gainsbourgianos a los que Sfar rinde tributo. En esa
batalla que libran en el interior de la película (repito: cine fantástico y
cine de las fantasías) las mujeres sufren el daño colateral. Y aquel poeta
maldito que hizo de los juegos de palabras una nueva forma del sexo oral, se
convirtió en la fantasía de la sociedad francesa y su mejor chivo
expiatorio. "Antes muerto que domesticado", se dice a sí mismo, entre whisky
y cigarrillos, antes de idear la última gran broma: la Marsellesa versión
reggae. Y ahí, en el clímax de su carrera contra sí mismo por ser el más
provocador (en la que gana, claro, por goleada), Sfar reúne al viejo
Gainsbarre con el niño Gainsbourg: el seductor monstruo de las mil caras
canta victoria por última vez, sobre el escenario y/o en la playa felliniana
de su primer amor. Hernán Ballota
Inicio
|
Competencia
oficial
|
Premios |