Si bien no llega a ser una remake, Armageddon recrea
minuciosamente el planteo argumental de otra superproducción reciente. En Impacto
profundo también había un asteroide inmenso que se dirigía hacia la Tierra y un
puñado heroico de astronautas decididos a hacer pie en el bólido, taladrarlo e
insertarle un par de cabezas nucleares destinadas a evitar al mundo su catástrofe mayor.
Llama la atención que Armageddon no se haya molestado en registrar tan generoso
préstamo en sus créditos. Lo que no sorprende es que el film de Michael Bay sea una
versión aumentada del de Mimi Leder. Armageddon gastó más y mejor en efectos
especiales, reunió a un seleccionado de superstars encabezado por Bruce Willis y procuró
matizar con chistes el patrioterismo que agobiaba al título anterior.
Todo empieza con la voz en off de
Charton Heston, sobre una animación que explica cómo un gigantesco meteoro se encargó
de borrar los dinosaurios de la faz terrestre hace 65 millones de años (aunque el planeta
que se ve tiene la conformación geográfica de 1998). Un nuevo meteoro, ahora, se
aproxima peligrosamente. Sus esquirlas impactan sobre las principales metrópolis del
globo (al mismo tiempo y sin embargo... a plena luz en Nueva York y en sus antípodas). La
idea salvadora es convocar al mejor perforador del mundo para que introduzca las ojivas en
el asteroide. Ese es Harry Stamper (Willis), un artista de los supertaladros, a la cabeza
de su pequeña compañía petrolera en altamar. El más convencional montaje alterno se
ocupará de contrastar las rutinas de Harry con las de la NASA. El es rudo e informal,
pero eficaz. Ellos son prolijos, obsesivos e increíblemente impotentes.
Poco después Harry ya luce el
traje de astronauta. Catorce de sus propios empleados conformarán al resto de la
tripulación. Uno de ellos es el ascendente Ben Affleck (En busca del destino) y
tiene un romance con la hija de Harry (Liv Tyler), que se quedará en tierra buscando
contagiar a la platea de su necesidad de que regresen vivos los perforadores. También hay
un coronel muy duro (William Fichter) que se ablandará oportunamente y un atronauta ruso
extravagante (Peter Stormare) esperándolos a todos en la base Mir. El y Steve Buscemi (el
genio/loco de los petroleros) comparten los mejores chistes del relato. Antes de despegar,
Tyler y Affleck se permiten animar un inaudito aviso de BMW, cuando se fugan con el
automóvil para darse besos al pie del árbol... que ambientaba el comienzo y el fin de Los
imperdonables (Clint Eastwood, 1993).
Las subtramas de Armageddon están
muy lejos de enriquecer al hilo principal. Allí está la del petrolero cuya ex
lo aleja de su hijo (para reivindicarlo triunfalmente luego), y la consabida exposición
del mundo como un satélite estadounidense. Cuando el mandatario yanqui habla, invocando
los más caros sentimientos como delegado de la Humanidad, ahí están los árabes
con la infaltable postal de la Meca al fondo para prestarle oído impávidos,
como si fuera Alá. En el asteroide todo se reduce a una especie de videogame. Multitud de
"últimos momentos" que no son tales: la bomba a punto de estallar, la nave a
punto de encallar, tal o cual por asfixiarse. Explosiones a granel. Un montaje frenético
que remite a los separadores de la MTV. Y el final previsto, a todo bombo, con el
chauvinismo que ya no resiste y se desboca. Estrellas por aquí, franjas rojas y blancas
por allá. Hasta en la remera del chico que corre hacia los brazos de ese hombre que es
petrolero, astronauta, héroe, y encima su papá.
Guillermo Ravaschino |