Buenos Aires viceversa permite apreciar
buena parte de los rasgos, casi siempre atípicos, de la filmografía de Alejandro
Agresti. La historia del film es mínima, poco más que una excusa para disparar
situaciones y personajes múltiples, entre los que destaca Daniela (Vera Fogwill), una
hija de detenidos-desaparecidos que no es necesariamente la protagonista, aunque
ocupa más tiempo en pantalla que los demás. La trama, o más bien las subtramas, se
nutren de pequeños dramas cotidianos generalmente animados por parejas. Daniela y su
novio acomodado (Fernán Mirás), el conserje de telo Damián (Nicolás Pauls) y su
chica, el mecánico de televisores que compone Carlos Roffe y su pretendida/pretendiente (una
adicta a la televisión encarnada por Mirtha Busnelli) tienen dos cosas en común: tratan
de salir adelante con sus vidas cosa que no les resulta fácil y son
típicamente porteños, lo que bajo la lupa de Agresti implica un amasijo de soledad y
fragmentación. Bares, calles, y hasta locales como el andrajoso "TV Service" de
Roffe, que se parece mucho al que había en El amor es una mujer gorda (primer
largometraje de Agresti), condimentan la porteñidad con un toque de tiempos idos
que profundiza la fragmentación.
Agresti ha venido a honrar estos
quiebres con los recursos fílmicos correspondientes. Cámara siempre en mano, profusos
zooms, desenfoques, un sonido no del todo prolijo y numerosas escenas notoriamente
improvisadas (casi se puede intuir la presencia del director unos centímetros fuera de
cuadro, dando instrucciones y gesticulando mientras se ruedan las tomas), formas típicas
del documental, en suma, instrumentadas para aportar verismo a cada tramo de la historia,
un poco en el estilo de tantas películas de Jean-Luc Godard. Claro que Agresti no es
Godard, y a falta de la genial, siempre fructífera inspiración del galo, por momentos se
extraña la cuota mínima de planificación que hubiera contribuido a exprimir más jugo
emotivo a las imágenes.
Una pregunta de Daniela, al promediar
el film, imprime a la historia un giro muy interesante. "¿Dónde mierda se puede
encontrar belleza en esta puta ciudad?", se interroga la chica, obviamente imbuida de
los anhelos del director. A partir de aquí la película se desacelera, moderando los
ímpetus documentalistas en favor de planos más largos, que otorgan pleno sentido a cada
una de las imágenes. Las situaciones crecen en densidad, el humor se torna más efectivo
y hasta aparece el Bocha, un chico de la calle magníficamente interpretado por Nazareno
Casero (hijo de Alfredo y tercera revelación del elenco, junto a Fogwill y el filósofo
borrachín encarnado por Mario Paolucci). También huérfano, el Bocha encuentra en
Daniela a un alma gemela, junto a la que sacará a pasear su soledad por las calles de
Buenos Aires. El montaje alterno, a esta altura, ya dejó de ser un simple recurso
rítmico para traducir ajustadamente el desamparo de cada cual: los personajes vagan cada
uno por su lado, alternándose como espectros frente a la cámara de Agresti,
sugestivamente acunados por viejas tonadas de Pescado Rabioso y Sui Generis. Paradójica,
felizmente, es este nuevo "orden" de Buenos Aires viceversa el que hace
surgir con fuerza la fragmentación de la gran ciudad.
Guillermo Ravaschino
|