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UNA NOCHE CON SABRINA LOVE

Argentina, 2000


Dirigida por Alejandro Agresti, con Cecilia Roth, Tomás Fonzi, Fabián Vena, Julieta Cardinali, Norma Aleandro, Giancarlo Giannini.



Esta película del director argentino Alejandro Agresti empieza con una larga carta escrita por Daniel Montero (Tomás Fonzi), un adolescente de Curuguazú, pueblo que la ficción ubica en la provincia argentina de Entre Ríos. El mensaje tiene por destinataria a la Sabrina Love del título (Cecilia Roth), una puta y actriz porno que cosechó fama como conductora de un programa "erótico" (en otras palabras: subido de tono, poco excitante y nada transgresor) de la televisión porteña. La carta de Daniel compite con muchas otras en un concurso convocado por la diva, y gana. El premio es pasar una noche con ella. Daniel viaja a Buenos Aires.

En la capital no sólo lo espera Sabrina (y la promesa de dejar atrás la virginidad) sino también Enrique (Fabián Vena), ese hermano medio raro al que no ve desde que cambió la calma chicha de Curuguazú por el vértigo –al que aquí se supone intelectual– de la metrópolis; una muy atractiva movilera de TV (Julieta Cardinali) que hace preguntas más idiotas que cualquiera de las verdaderas, y cuyo despampanante loft querrá convertirse en el escenario de un approach más natural que el que propone Sabrina; un filósofo de café (Mario Paolucci, que ya desempeñó este mismo rol en demasiadas películas del cineasta que nos ocupa) y algunas otras criaturas urbanas. Una noche con Sabrina Love se postula como la exposición del rito iniciático de Daniel: de la provincia a la gran ciudad, de la virginidad a la adultez sexual, de la inocencia a la madurez. Sabrina no sería otra cosa que la cara más visible, o la avanzada, de ese proceso multifacético. El problema es que los trazos son muy gruesos y, encima, están deshilvanados. Y todo resulta tan insustancial, tan light, que recordar a la película (la vi dos días atrás) es casi más difícil que criticarla.

Ya en esa larga carta de Daniel, cuyos párrafos en off puntúan el arranque del relato, puede notarse cómo la traslación cruda de un texto literario (de la pluma de Pedro Mairal, autor de la novela homónima) vuelve a recargar a un film de pretenciones vanas. Aquí se cuela, por ejemplo, cierta latosa cháchara sobre los espejos con los que trabajaba el padre de Daniel, y que son definidos como concientizadores ópticos porque... "la gente se reconoce en ellos" y "el que se mira a los ojos en un espejo no se puede mentir". ¿Será cierto? Poco importa ya que, de cualquier modo, el viaje a dedo a Buenos Aires sepulta prontamente a la literatura bajo las líneas generales de uno de esos festivales a los que Alejandro Agresti –con honrosas excepciones como Buenos Aires viceversa– ya nos tiene acostumbrados. Un poquito de "locura" (y las comillas valen) por aquí, de la mano de esos tres cadetes del Ejército que, cuchillo en mano, asaltan al protagonista en la secuencia política más gratuita de los últimos años. Un tendal de chistes fáciles por allá, generalmente mal escritos y desparramados a las apuradas. Unas cuantas estocadas de filosofía de bolsillo, postales ciudadanas recurrentes (del Obelisco a la librería-café Gandhi, pasando por la Recoleta). Y fundamentalmente, improvisaciones actorales a diestra y siniestra. Que no vendrían nada mal si estuviesen amparadas por conceptos firmes, pero no lo están. Una cosa es habilitar la inspiración y el libre juego de los actores y otra, descuidarlos olímpicamente. Así, mientras la mitad de las líneas de Tomás Fonzi se disuelven en un titubeo vacilante, los diálogos de Julieta Cardinali son tan elementales que las secuencias animadas entre ambos están por debajo de los culebrones con adolescentes con que nos castiga la pantalla chica. Con un sólo plus (el infaltable): acá la niña muestra sus tetas. ¿Y qué decir de la fotógrafa y el productor televisivo que componen Norma Aleandro y el italiano Giancarlo Giannini (nada menos)? Que califican para el Panteón de los personajes más desdibujados de la historia. ¿Y de Sebastián Polonski (otra cara conocida de la galería Agresti)? Que comete tantos furcios que parece estar saliendo "en vivo y en directo"... o haber rodado a las órdenes de un epígono de Ed Wood.

Se diría que Cecilia Roth es la única que ensayó, o cuanto menos pensó, sus bocadillos antes de pronunciarlos. Esto le da algo más de consistencia a sus apariciones en pantalla. ¡Pero qué bocadillos! "Prefiero ser una puta que una mierda como vos." "Hay que crecer, mi amor, y asumirse de una vez en la vida." "Las mujeres somos el adorno de la vida." En fin.

Guillermo Ravaschino      

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