El cadáver de
la novia, al
igual que La masacre de Texas y Tierra de los muertos (también
dos muy buenas películas de este año), contrasta mundos. En La masacre de
Texas se contrasta el mundo fashion con el freak y no hay
forma de convivencia posible: el choque es sangriento y total. En Tierra
de los muertos no hay dos, sino tres mundos: el de los vivos de clase
alta, el de los vivos que no son de clase alta y el de los muertos vivos. En
este caso, la dinámica también es sangrienta y la convivencia imposible,
pero en el final agridulce del la película, se muestra que acaso los mundos
pueden coexistir pacíficamente. En El cadáver de la novia, que
por algo es la más alegre de las tres, los mundos contrastados, el de los
vivos y el de los muertos, terminan juntándose y, aunque sea por un rato,
conviven festivamente.
¿Cómo
son ambos mundos? El de los vivos es irremediablemente gris. Mundo de
personas esquemáticas, calculadoras y consecuencialistas, de matrimonios
arreglados, de ensayos generales, de espacios amplios y vacíos, de
imposiciones y prohibiciones. Como dice Homero Alsina Thevenet sobre el
fascismo: "sistema en el que todo lo que no está prohibido, es obligatorio".
Bueno, acá pasa algo así. Víctor (que no se parece a su entorno) vive en
este mundo, está por casarse con una persona viva y, por un error, se casa
con una muerta. Tiene que arreglar el embrollo: elegir una esposa y una vida
y tratar de no romperle el corazón a nadie. Para esto viaja (es arrastrado)
al otro, al submundo. Esa es la trama y la excusa para llevarnos al Mundo de
los Muertos. Un fanático de las simetrías (o disimetrías) podría creer que
si el Mundo de los Vivos es irremediablemente gris, el de los muertos es –o
debería ser– irremediablemente colorido. No es el caso. Es un poco más
colorido, sí, pero los colores y la superficie brillan un brillo opaco, algo
apagado. Si es irremediablemente algo, es irremediablemente plástico. Menos
el estado de fiesta, que es permanente, en el Mundo de los Muertos todo se
rompe y arregla, todos los objetos y las criaturas se transforman o tienen
la capacidad de hacerlo. Consecuentemente, la cámara se mueve más y más
rápido que en el mundo de arriba. El de abajo, plástico, dinámico y libre,
tiene mucho que ver con el de los hermanos Fleischer en general y con el de
Betty Boop en particular. Especialmente la coreografía jazzy
de bienvenida, con los esqueletos cambiando de cabeza y utilizando sus
propias costillas como instrumentos, que recuerda mucho a Minnie The
Moocher (el mejor corto de Betty Boop).
Todavía no dije que El cadáver de la novia es una película de
animación, stop motion (fotograma por fotograma), con muñequitos. Ya
se habló mucho de esto, especialmente de la parte técnica, así que no me voy
a detener en hechos anecdóticos del tipo cada segundo de animación tardó
x semanas en realizarse ni en rastrear qué partes de la película están
hechas con computadora y qué partes son más artesanales. Si bien es cierto
que la película es obsesiva, detallista y meticulosa y que cada espacio,
cada muñequito y cada textura parecen concebidas, construidas y pulidas con
trabajo, paciencia y amor, en definitiva esto no garantiza nada. Uno puede
trabajar años y años en un proyecto, hacerlo con amor y paciencia, y que la
cosa salga mal. Esta vez, gracias a la imaginación depredadora y
mastodóntica de Burton, tanta dedicación rindió sus frutos. El esfuerzo y la
imaginación se conjugan entonces para que podamos zambullirnos en la
película y no simplemente verla.
A esto
(la animación cuadro a cuadro) se suman otras elecciones de caminos poco
transitados que corren el riesgo de pasar inadvertidas, sepultadas bajo el
virtuosismo y la belleza de la animación. La primera de esas elecciones es
contar la historia de un triangulo amoroso compuesto por tres personajes
nobles, construyendo la narración en un terreno más trágico y menos
complaciente. Cuánto más fácil sería para el espectador si la novia muerta
fuera insoportable o tonta o cruel. Y cuánto menos intenso. La segunda es
simplemente la de hacer chistes y juegos de palabras a veces tontos, a veces
infantiles y a veces, directamente malos. Estos chistes diluyen para bien
tanta intensidad y sofisticación.
En
algún punto de la película, el suegro de Victor se equivoca y lo llama
Vincent. Vincent es el personaje de uno de los primeros cortos de Burton, un
corto llamado, justamente, Vincent. La confusión no es gratuita: el
diálogo entre películas se establece porque los héroes de ambas son muy
parecidos, retraídos y valientes. Con todo, me parece que las referencias a
otras películas (también hay una a Lo que el viento se llevó), en la
ecuación final, terminan restando. Cuanto más herméticos son los universos
de Burton, cuanto menos se filtra el mundo exterior, mejor. En Charlie y
la fábrica de chocolate el problema era más grave y se sentía más; en
esta pasa menos. Y, ahora que lo pienso, tampoco me importa mucho, así como
tampoco me importó el final fallido de La guerra de los mundos. Las
películas, así como las personas, pueden ser defectuosas y perfectas a la
misma vez. Aristóteles no estaría de acuerdo, pero bueno, él está muerto y
yo vivo.
Ezequiel Schmoller
|