Un prólogo con dibujos muy
simples nos prepara para comprender lo que vamos a ver: el mundo del agua,
mágico y femenino, ha sido escindido del mundo de la tierra, pragmático y
masculino. Es necesario que ambos se reencuentren.
Nuevamente, la historia que inventa Night Shyamalan se desarrolla en un
microcosmos: un edificio de departamentos construidos alrededor de una
piscina y jardín, lugar de reunión de sus numerosos habitantes. El factótum
de ese universo es el administrador, encargado de recibir a los nuevos
inquilinos, de reparar desperfectos de plomería o electricidad y de mantener
cierto orden interno. Cleveland (Paul Giamatti) asume esa tarea a manera de
expiación por faltas del pasado, aunque él está en este mundo para destinos
superiores. Su momento llega con la aparición de una ninfa
–aquí, una "narf"
llamada Story (sic)–,
criatura sobrenatural del mundo marino, que sale de la piscina con la misión
de iluminar a un escritor bloqueado, cuya obra al parecer será clave para la
humanidad. Por supuesto, existirán fuerzas opositoras, pero Cleveland pondrá
todo su empeño en ayudar a ese ser sobrenatural (Bryce Dallas Howard,
pelirroja en las primeras escenas y rubia en las últimas... ¿¿??), para que
la misión se cumpla y ella pueda volver a su Mundo Azul. Con este fin,
involucra a toda la comunidad de su edificio, donde en una obvia confluencia
de razas –orientales, indios, latinos, negros y rubios–
es de suponer que está representado el género humano. Hay múltiples
explicaciones verbales sobre lo que sucede y lo que se debería hacer, como
descifrar señales, actuar colectivamente, reconocer Emisarios, Guardianes y
Sanadores (sí, todo con mayúsculas), pero esta mitología casera resulta tan
pretenciosa que raya en lo banal. Y como sucedía en La aldea, las
oscuras y feroces criaturas del mal son difusas, hasta que logramos
distinguir unos monstruitos patéticos, no peludos sino pastosos, que no dan
miedo sino lástima.
En una
película rebosante de solemnidad y trascendencia (zooms violentos
incluidos), hay lugar para la ironía: la víctima de sus pullas es un crítico
de cine (Bob Balaban), el personaje más desagradable y antipático del film.
Balaban se especializa en parodiar el mundo del cine, como lo hizo en
Gosford Park. Sin duda, Shyamalan no está contento con las críticas que
merece su obra. Y vuelve a caer en los errores que ya se le han señalado en
sus películas previas: la solemnidad, la soberbia, la megalomanía, la
reacción. Y en no menor medida, el ridículo.
Shyamalan se ocupa de todo: escribe el guión, producción y dirección son
obra suya, y tiene el tupé de reservar para sí mismo el rol del Elegido, es
decir, el objetivo de la visita de ese ser mágico a esa Tierra. Que él se
tenga tanta confianza podría ser comprensible con un esfuerzo de
imaginación. Pero lo que resulta inexplicable es cómo logra seducir a un
mega estudio como Warner y a los financistas para que le otorguen el poder
de llevar a cabo sus antojos y ensalzar su ego, en este caso, alevosamente.
Giamatti
merece un párrafo: un actor que supo dar notables interpretaciones merecería
estudiar mejor la elección de sus películas. Aquí naufraga sin remedio entre
apuros y tartamudeos para lidiar con palabras como kii (sic), tartutic
(sic!), scrunt (sic!!!) y otras variedades, en garras de un horrible
director de actores y
–ha sido dicho– un
guión imposible.
Llega
un punto, de la mano de breves escenas paródicas, en que el dislate es tan
grande que nos obliga a preguntarnos si la cosa va en serio.
Lamentablemente, parece que sí. Estoy harta de las alegorías, moralejas y
metáforas gruesas, como éstas o las de Dear Wendy, otra película
basura de estos días.
Josefina Sartora
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