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DIVORCIO A LA FRANCESA
(Le Divorce)

Estados Unidos-Francia, 2003


Dirigida por James Ivory, con Jean-Marc Barr, Leslie Caron, Stockard Channing, Glenn Close, Romain Duris, Stephen Fry, Kate Hudson.



La confrontación entre franceses y estadounidenses es un tópico que suele aparecer en el cine, a veces a propósito del cine mismo, como en el caso de La mirada de los otros y de Irma Vep. En ambas se establecía una dicotomía clásica: arte en Francia frente a espectáculo e industria en Estados Unidos. No muy diferente es la propuesta de esta película de James Ivory, quien ya en su extensa filmografía había abordado junto a su habituales colaboradores, el productor Ismail Merchant y la guionista Ruth Prawer Jhabvala, el tema del choque de culturas. Pero en Un cuarto en Florencia los resultados fueron mejores que en su último film.

Divorcio a la francesa tiene una línea argumental vectora sobre dos hermanas californianas en París: una de ellas, embarazada, ha sido abandonada sorpresivamente por su marido francés, y su recién llegada hermana cae en la seducción de un tío de éste, mucho mayor que ella. La depresión de una, los romances de la otra, la relación de ambas con la familia francesa, sirven para poner en pantalla las distintas mentalidades, formas de vida, costumbres y prejuicios de los unos y los otros, de los unos sobre y contra los otros, en un duelo intercultural. Ivory no ahorra ningún clisé: los franceses son elegantes, discretos e imperturbables y sus comidas, tan exquisitas como caras; los yanquis son fogosos y sentimentales, y todos cuidan sus intereses económicos por igual. Hay algunos hilos secundarios, como un cuadro de la familia de las chicas que podría ser un auténtico La Tour, un ex marido abandonado que acosa a las familias buscando venganza, una cartera de Hermès que simboliza los amores extramatrimoniales, en una comedia de costumbres que no dispara una sola idea original. Incluso la imagen de París con sus íconos más turísticos es tan artificial y congelada como la que ofrecía Amelie. Basado en la novela de Diane Johnson, el guión que comienza a los saltos nos va hundiendo en el aburrimiento por su carencia de ritmo y sorpresa, sopor del que a veces nos sacan algunos diálogos filosos.

La película tiene un elenco impresionante, que toma a su cargo los diversos personajes estereotipados que en ningún caso están tratados en profundidad: Glenn Close es la típica escritora yanqui que eligió París para vivir su fama y constituye el espejo de la joven yanqui dentro de treinta años; Leslie Caron, la matriarca de la alta burguesía francesa cuidadosa de las formas. Su linaje y profesionalismo las salva a la hora del ridículo. Thierry Lhermitte compone un típico francés conservador y de derechas, un hipócrita con numerosas y sucesivas amantes indiferenciadas; Mathew Modine sobreactúa torpemente el rol de marido abandonado, y Naomi Watts no convence en su incursión en la comedia; además de Jean-Marc Barr y Stockard Channing. No falta nadie y nadie alcanza –ni siquiera la agradable Kate Hudson en sus esfuerzos por ser una adecuada amante en Francia y el siempre correcto Stephen Fry como el tasador de Christie’s– para salvar una película fallida.

Josefina Sartora      

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