La confrontación
entre franceses y estadounidenses es un tópico que suele aparecer en el
cine, a veces a propósito del cine mismo, como en el caso de La mirada de
los otros y de Irma Vep. En ambas se establecía una dicotomía
clásica: arte en Francia frente a espectáculo e industria en Estados Unidos.
No muy diferente es la propuesta de esta película de James Ivory, quien ya
en su extensa filmografía había abordado junto a su habituales
colaboradores, el productor Ismail Merchant y la guionista Ruth Prawer
Jhabvala, el tema del choque de culturas. Pero en Un cuarto en Florencia
los resultados fueron mejores que en su último film.
Divorcio a la
francesa
tiene una línea argumental vectora sobre dos hermanas californianas en
París: una de ellas, embarazada, ha sido abandonada sorpresivamente por su
marido francés, y su recién llegada hermana cae en la seducción de un tío de
éste, mucho mayor que ella. La depresión de una, los romances de la otra, la
relación de ambas con la familia francesa, sirven para poner en pantalla las
distintas mentalidades, formas de vida, costumbres y prejuicios de los unos
y los otros, de los unos sobre y contra los otros, en un duelo
intercultural. Ivory no ahorra ningún clisé: los franceses son elegantes,
discretos e imperturbables y sus comidas, tan exquisitas como caras; los
yanquis son fogosos y sentimentales, y todos cuidan sus intereses económicos
por igual. Hay algunos hilos secundarios, como un cuadro de la familia de
las chicas que podría ser un auténtico La Tour, un ex marido abandonado que
acosa a las familias buscando venganza, una cartera de Hermès que simboliza
los amores extramatrimoniales, en una comedia de costumbres que no dispara
una sola idea original. Incluso la imagen de París con sus íconos más
turísticos es tan artificial y congelada como la que ofrecía Amelie.
Basado en la novela de Diane Johnson, el guión que comienza a los saltos nos
va hundiendo en el aburrimiento por su carencia de ritmo y sorpresa, sopor
del que a veces nos sacan algunos diálogos filosos.
La película tiene
un elenco impresionante, que toma a su cargo los diversos personajes
estereotipados que en ningún caso están tratados en profundidad: Glenn Close
es la típica escritora yanqui que eligió París para vivir su fama y
constituye el espejo de la joven yanqui dentro de treinta años; Leslie
Caron, la matriarca de la alta burguesía francesa cuidadosa de las formas.
Su linaje y profesionalismo las salva a la hora del ridículo. Thierry
Lhermitte compone un típico francés conservador y de derechas, un hipócrita
con numerosas y sucesivas amantes indiferenciadas; Mathew Modine sobreactúa
torpemente el rol de marido abandonado, y Naomi Watts no convence en su
incursión en la comedia; además de Jean-Marc Barr y Stockard Channing. No
falta nadie y nadie alcanza –ni siquiera la agradable Kate Hudson en sus
esfuerzos por ser una adecuada amante en Francia y el siempre correcto
Stephen Fry como el tasador de Christie’s– para salvar una película fallida.
Josefina Sartora
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