Vicky Cristina Barcelona
es la película número 39 de Woody Allen (no es la última porque ya terminó
Whatever Works en USA y tiene en proyecto una nueva a filmar en
Paris). Ante semejante trayectoria y fama dispénsenme de hablar de la
filmografía alleniana y de su supuesta declinación artística. Luego de su
incursión en Inglaterra (Match Point, Scoop, El sueño de
Cassandra), la municipalidad de Cataluña le ofreció financiamiento y
locaciones y el director más psicoanalizado de todos los tiempos trasladó su
mundo a las tierras de Gaudí y Miró.
Dos
amigas estadounidenses, muy diferentes entre si, se van de vacaciones por
primera vez a Barcelona. Vicky (Rebeca Hall, una admirable revelación) está
terminando su tesis sobre Arte y el tema es la “identidad catalana”; está de
novia y a punto de casarse. Organizada, reflexiva y esquemática, es la
antitesis de Cristina (la nueva musa Scarlett Johansson), artista
siempre en búsqueda de algo que no sabe qué es y que jamás encuentra, pero
que la vuelve más arriesgada, romántica e insatisfecha, en todos los órdenes
de la vida. Cuando por puro azar del destino conozcan en una muestra de arte
a un pintor español, sus vidas cambiarán. Juan Antonio (un cómodo Javier
Bardem) es el típico galán irresistible y donjuanesco latino que arrastra un
amour fou de esos que no se pueden terminar con María Elena (Penélope
Cruz en una actuación italianísima, pura fogosidad y magnetismo), también
pintora, una mujer apasionada y de armas tomar.
Con
semejante cuarteto Allen construirá una comedia de verano, fresca, light
en su superficie, pero que en lo profundo guarda agudas reflexiones sobre el
amor, la fidelidad, las relaciones humanas, las vidas vividas en pérdida.
Como quien sabe que lo profundo sienta mejor con la sutileza de un
vientecillo estival en el mejor estilo de Rohmer, pero que en cualquier
momento se vuelve un huracán de locura en el mejor estilo de Almodóvar.
Como
es común, varios personajes (sobre todo los americanos) se vuelven Woody en
diferentes momentos de la acción. Hablan exagerando la sorpresa y con el
ingenio psi al que ya estamos acostumbrados, se mueven con la gracia
de quien no quiere exponerse demasiado y siempre queda en el centro de la
escena. Pero esta vez la mímesis no se impone y la historia queda por
delante.
Quizá
la elección de la voz en off, que una y otra vez puntúa las secuencias,
pueda molestar si se la toma como una prueba de poca fe en la imagen, pero
es que además de completar velozmente lo que se muestra (reconozcamos que la
subestimación del espectador medio de hoy en día no está del todo
lejos de la realidad) también resulta un juego de espejos, poniendo en
evidencia la contradicción entre lo que se dice y lo que se ve. Y exponiendo
la ironía amarga de las decisiones finales.
Veremos que los personajes irán cambiando a medida que se interrelacionen,
de una u otra forma, con la pareja nativa (exponiendo de paso el puritanismo
y provincialismo yanqui en contraste con el pensamiento liberal y trágico
del europeo), pero a la larga –y de ahí la negrura, ya que no misantropía,
de la realidad planteada– todos volverán a lo de antes. Claro que la
diferencia estribará, ahora, en que cada uno ya conoció lo imposible y
eligió lo mismo de siempre. Esa amargura que va tiñendo el final es marca
registrada de Allen.
Si en
su producción en tierra inglesa parecía haber adoptado aquel espacio como
natural y conocido, volviéndolo muy funcional, en Barcelona y Oviedo parece
imponerse la mirada turística. Pero el guión se lo permite, por lo cual no
suena forzado ni fuera de lugar; vehiculiza, incluso, un trabajo sobre los
clisés. Y el tono con que el sol tiñe los colores ayuda a vestir una
película que además se adueña de las noches estrelladas y de los sonidos de
guitarra (tal vez, eso sí, demasiado andaluza). Y cierto calor
mediterráneo hace que el film se torne extrañamente sanguíneo al lado de
cualquier otro título del director.
¡Ah!
Si Ud. espera el mentado ménage a trois, o el momento tan
promocionado comercialmente de las protagonistas labio a labio, va a salir
decepcionado. Vicky Cristina Barcelona no es un beso entre dos bellas
actrices; es una de Woody Allen.
Javier Luzi
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