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20º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata
Sección:
Punto de Vista


De todo un poco


Josefina Sartora y Ezequiel Schmoller se habían propuesto cubrir conjuntamente la sección Punto de Vista, con el encomiable propósito de establecer una suerte de diálogo entre las críticas de los films en exhibición. Si hasta previeron debates y discusiones acaloradas en torno de los mismos.

Pero algo falló: por cuestiones que no vienen al caso terminaron eligiendo siempre distintas películas... exceptuando a Café Lumière, ¡sobre la que coinciden en casi todo!

Así las cosas, lo que les ofrecemos es la aproximación narrativa, o si prefieren prosaica, de Josefina Sartora a esta sección y, a renglón seguido, la de Ezequiel Schmoller, que la abordó film por film.



Punto de Vista por Josefina Sartora

Introito
Nueva edición del Festival de Mar del Plata. En 9 días vi 42 películas, entre largos y cortometrajes. Y sin embargo, esto significa apenas el 15% de la programación. Sí, este año el Festival ha cambiado de perfil: no sólo porque agregó más de 100 títulos a la lista del año anterior, haciéndolo inabarcable, sino porque parece haber dejado atrás ciertos criterios algo mohosos de selección para incorporar un cine más moderno, menos convencional, más provocativo y, por lo tanto, más discutible. Enhorabuena. Las características mencionadas evidencian que el Festival de Mar del Plata se acercó este año al perfil de su ex archienemigo, el Bafici, o al menos al diseño que en los últimos 5 años le imprimió Quintín, quien paradójicamente (¿?) fue echado sin contemplaciones, con explicaciones harto turbias.

El nivel de este año en Mar del Plata fue considerablemente mejor que los anteriores, no sólo en cantidad de títulos sino en la calidad de lo presentado, en la organización, programas y horarios respetados, conferencias de prensa y clases de las (pocas) celebridades invitadas, correctísima atención a la prensa, en fin, todo se desarrolló bastante mejor. A la hora de programar el día, había varias películas posibles para elegir (situación nunca antes vivida en Mar del Plata) y muy pocas resultaron un total bochorno. Ahora sí...

La sección
Tradicionalmente, esta es la sección compuesta por films o directores más o menos importantes que, por razones comerciales derivadas de la enferma política de distribución en nuestro medio, suelen no tener acceso al estreno comercial. Años antes, solía presentar la mejor selección de títulos del Festival. Este año el nivel de la Competencia Oficial superó en mucho al de años anteriores, por lo que ambas secciones suscitaron el mismo interés de la crítica y el público en general.

La selección incluyó 18 films de variado origen. Una de las posibilidades más atractivas era Café Lumière, del sino-taiwanés Hou Hsiao-hsien, de quien Bafici presentó una inolvidable mini-retrospectiva en 2002, a la cual me referí en esa ocasión (pueden encontrar la nota en la sección Moviola de este sitio). Esta vez, HHH realiza un homenaje al gran Yasujiro Ozu en el centenario de su nacimiento, y lo filma en Japón, en la que resultó una de las películas más interesantes del Festival. Tanto Ozu como HHH se distinguen por su personal y elaborado tratamiento del espacio, y podríamos considerar a Café Lumière un particular ejercicio de estilo que sigue el encuadre vertical de Ozu, en esos planos fijos que enmarcan la cotidianidad de la vida familiar, con importante peso del fuera de campo. Es muy poco lo que puede contarse de la historia, la anécdota es mínima y eso espantó al público que buscaba algo más de acción. Una joven emancipada y embarazada que decide ser madre soltera, un amigo taciturno, el (des)encuentro familiar, un padre incomunicado, y no mucho más que eso. Y sin embargo, está allí, aggiornado y con búsquedas más actuales, todo el universo de Ozu con sus dramas familiares, sus investigadores insólitos (el amigo es amante de los trenes –como Ozu– y graba su sonido en distintas condiciones, ella investiga la historia de un músico taiwanés de los años '40, trata de saber sobre su propia madre ausente, sobre la maternidad). La cámara fija en planos generales sólo se mueve sobre su eje para seguir un tren, y la ausencia total de un primer plano y del plano-contraplano determinan una peculiar concepción de un cine neto, seco y sin concesiones, y por ello para mí sumamente sugestivo. El film culmina con una bellísima panorámica de la red ferroviaria que seguramente hubiera complacido a Ozu.

De Oriente también proviene Oldboy (Cinco días para vengarse), ganadora del Gran Premio del Jurado en el último Festival de Cannes: un animado y tarantinesco thriller negro del coreano Park Chan-wook, de quien vimos en la Lugones Area compartida de seguridad (JSA). La película tiene todo para ser estrenada comercialmente con éxito: una historia compleja, buenas actuaciones, mucha acción. La situación inicial es insólita: un hombre es encerrado sorpresivamente durante ¡15 años! en una celda-departamento con la sola compañía de un televisor, y es liberado de manera igualmente irracional. Su objetivo será vengarse, aunque desconoce de quién. El film resulta una tragedia clásica al modo oriental sobre la venganza, tema que Park había comenzado a tratar en su anterior Sympathy For Mr. Vengeance; tragedia en la que el protagonista parece la pieza de una maquinaria perversa accionada minuciosamente por manos desconocidas. La estupenda fotografía presenta un juego permanente de oscuras imágenes atractivas en colores bajos y fríos que suelen incluir un detalle cálido, en un cruce de géneros con situaciones de locura, alucinación, memoria, olvido e hipnosis, filmadas con la dureza del acero. Lástima que el epílogo no esté a la altura, ni exhiba la intensidad, del resto de la obra. De Park también vimos su participación en Three… extremes, film conformado por tres cortos: el de Park, que se llama Cut; Dmplings, del chino Fruti Chan, y Box, del japonés Takashi Miike. (Desparejo film gore cuya proyección de trasnoche en la sección Cerca de lo Oscuro debió suspenderse brevemente para retirar de la sala a un espectador impresionable... ¡y practicarle primeros auxilios!)

Napola, de Dennis Gansel, integró la trilogía alemana presentada en el Festival –supongo que por esos azares de la programación– junto con La caída de Oliver Hirschbiegel y El noveno día de Volker Schlöndorff, ambas en Competencia. Trilogía que demuestra que los alemanes están dedicados a revisar la historia del nazismo, incluso en sus iconos más peligrosos. Este título combina el género revisionista con el de internados de adolescentes, pues las Napola eran las Academias Nacional-Políticas, escuelas de formación de líderes de la élite del régimen, de donde salían los oficiales de la dirigencia política y militar. Film menos que mediocre armado con clisés, que junta las figuras opuestas del poeta y el deportista para expresar similar rechazo al autoritarismo arbitrario. La música de Angelo Badalamenti, que funciona en los films de David Lynch, parece aquí un invitado fuera de lugar. Los tres films tienen en común el introducirse en la dirigencia nazi para poner el acento en mostrar el fanatismo fundamentalista de sus líderes de manera evidente, sin sutilezas. De la trilogía, rescato la actuación antológica de Bruno Ganz como el Hitler de La caída.

Mucho más banal en apariencia pero también muy dura, El efecto ketchup (Hip Hop Hora), ópera prima de la sueca Teresa Fabik, demuestra que puede concebirse una película sobre adolescentes en el colegio sin caer en los groseros estereotipos del género que bastardeó Hollywood. Se ven las huellas de Descubriendo el amor, sin llegar a su nivel.

También de Escandinavia proviene Día y noche, interesante film del danés Simon Stahlo. En el inicio, una voz (la del bergmaniano Erland Josephson) nos anuncia que ese día el protagonista se volará los sesos con un disparo. Con ese conocimiento, asistimos a la desesperada despedida de un hombre que busca a quienes han estado cerca de su corazón, sin haber podido tener una verdadera unión con ellos. Suerte de homenaje a El sabor de la cereza, la cámara nunca sale del auto en el que recorre su pasado (sus encuentros con su hijo, su ex, sus amigos, una prostituta, un extraño, su hermana, su madre). En un  permanente plano y contraplano, vemos los vanos intentos de comunicación del hombre en su encierro, mientras por las ventanillas vemos los espacios del desarrollo europeo, muy distintos de los desiertos iraníes aunque no más estimulantes.

Otra de las mejores películas de la sección fue Or, primer largo de la directora israelí Karen Yedaya, suerte de tragedia lacónica sobre la condición femenina. Filmada bajo la consigna una escena/un plano, en sucesivas viñetas cotidianas vemos el espejo en el que se refleja la hija de una prostituta, quien desde el inicio parece tener marcado su destino. Algo reiterativa y sin sorpresas, no por ello deja de tener su interés.

Programar De-Lovely de Irwin Winkler en Punto de Vista fue una contradicción en los términos. Un musical de un gran estudio de Hollywood, con lujosa producción y elenco de notables, que tiene asegurado su estreno comercial, no cabía en esta sección. Para colmo es una biopic, el género de moda. En este caso, se trata del recorrido por vida y obra de Cole Porter, quien desde su butaca ve representar en abismo las escenas de su vida como una obra de teatro. Famosos músicos ponen en escena sus canciones, pero basta decir que las mismas siempre sonaron mejor en las películas de Woody Allen.

El tópico del internado masculino, con sus rituales y abusos, está presente en Vento Di Terra, del napolitano Vincenzo Marra, cuyo Tornando A Casa ganara premio en Bafici 2002. Film seco y descarnado, con resabios del neorrealismo, de personajes trágicos, que evitan la interpretación psicológica o el sentimentalismo, encarnados por actores no profesionales, de rostros pétreos. Con imágenes reiterativas y escasos diálogos, habla de la difícil supervivencia en la gran ciudad moderna y de las consecuencias de la guerra.

Tema que se vio repetidamente en el Festival. El cine se ha puesto a reflexionar sobre las derivaciones sociales que están teniendo las distintas guerras de nuestra época, en películas como Las tortugas también vuelan, Cautiva, Los tres estados de la melancolía, Hermanos y Notre Musique. Last but not least, siento cierto pudor en referirme a éste, el último film de Jean-Luc Godard, uno de los grandes maestros que aún produce grandes películas. Godard dedica su film a la guerra. La guerra que ya vivimos, la que se seguirá librando. Como Dante, organiza Notre Musique en 3 reinos: infierno, purgatorio y paraíso, reinos que hay que atravesar desde un collage muy a la manera de Histoire(s) Du Cinéma, armado con imágenes bélicas y de muertes violentas de infinidad de películas –infierno–, al ritmo ostinatto de un piano. Godard habla de la historia, pero como siempre, también habla del cine, documental y de ficción, para cerrar el capítulo con un "es increíble que alguien haya sobrevivido". Los sobrevivientes se encuentran en Sarajevo –purgatorio–, "el lugar donde la reconciliación es posible". Aquí tienen lugar las reflexiones del director –presente en la pantalla, junto a otros intelectuales invitados– sobre la poesía, el arte y la cultura. Godard ha llegado a un extremo despojamiento, pero sus teorizaciones requieren posteriores visiones de esta película inabarcable, en la que sobresalen sus propias reflexiones sobre la imagen. Por último, la entrada al paraíso bucólico no garantiza la desaparición de las armas.

Para nuestro asombro, El secreto de Vera Drake, también incluída en Punto de Vista, se estrenó casi simultáneamente en Buenos Aires, por lo que los remito a mi crítica ya publicada en CINEISMO.


Punto de Vista por Ezequiel Schmoller

Café Lumière
Es posible que los encuadres rabiosamente geométricos, los puntos de fuga bien definidos y los personajes posicionados casi siempre en un segundo plano de interés nos hagan creer que la poética de Café Lumière es muy parecida a la de Ozu. Esto no es del todo cierto.  Aunque los encuadres sean parecidos y exista un interés por retratar relaciones familiares, no hay muchas similitudes más. Hou Hsiao-hsien mueve muchísimo más la cámara, no salta el eje, encuadra constantemente a sus personajes de espaldas, se maneja mucho más con silencios que con palabras. Además, sus familias son bien diferentes de las de Ozu: en Historia de Tokio, los personajes hablaban hasta por los codos, en Café Lumière no existe la posibilidad de diálogo, el bache generacional es absolutamente infranqueable. Como ejemplo, basta y sobra con la actitud del padre de la protagonista embarazada, que habla una sola vez en la película... ¡para ofrecerle una papa a su hija! Cualquier espectador sabe o cree saber qué piensa Ozu de sus personajes; en cambio, ¿quién se anima a decirme qué piensa Hou Hsiao-hsien? Homenajear al director japonés habrá sido el punto de partida, pero lo cierto es que la película termina disparándose para otro lado.

Creo, en cambio, que hay más puntos de contacto con el cine de Tsai Ming-Liang, un director que sostiene encuadres tan imposibles como las escenas de Hou Hsiao-hsien (interminables caminatas, cenas, viajes en tren). Sabemos realmente poco de los personajes, desconocemos sus motivaciones, se hace difícil entender sus relaciones o la manera en que se mueven por la vida. Hou Hsiao-hsien nos acerca a ellos a la luz de sus muy diversas obsesiones: la protagonista rastreando sus sueños en libros de niños y remotas mitologías, su amigo librero grabando el sonido de los trenes llegando y partiendo, buscando quién sabe qué verdad esencial.

¿Y la referencia a Lumière en el título? Quizá después de más de cien años de cine, el director esté preguntándose (y preguntándole a los golpes al espectador) qué es o debe ser una película, qué es una escena, qué es un personaje. Café Lumière es su respuesta. Una respuesta confusa y atractiva.

Schultze Gets The Blues
Una película tan valiente y pudorosa como su protagonista, un viejito jubilado que decide dejar de tocar polkas con su acordeón y empieza, contagiado por un programa de radio, a tocar blues. Lo mandan a Estados Unidos a tocar en una competencia pero termina escapándose, roba un barquito y pasa los últimos días de su vida recorriendo el sur de EE. UU. La calidez no subrayada y el tono nostálgico tienen mucho que ver con el gran Kaurismaki, pero no hay nada del finlandés en la manera de montar: muchas escenas están resueltas en un solo plano. La película crece desde los encuadres estáticos, especialmente en sentido del humor (chiquito y sorprendente). Le habría encantado a Bazin.

Napola
Descaradamente trillada. Boxeo, camaradería, grupos de poder en un campus elitista alemán, un papá que no quiere a su hijo, nazis malos, sanguinarios e impiadosos y una cantidad asombrosa (realmente asombrosa) de golpes de efecto. Como a las que pasan en Cinecanal: mejor verla incompleta, de a pedazos y/o quedándose dormido.

Tintin Et Moi
Documental sobre Hergé, el creador de Tintín. Al igual que uno de los personajes de "Lejos de Veracruz", la última novela de Vila Matas, que escribía sobre los más descomunales viajes sin salir de su ciudad, Hergé sacó a pasear a Tintín por los rincones más remotos de la Tierra, pero él –prácticamente– no salía de su estudio. La voz en off de Hergé (una de las pocas entrevistas que concedió en su vida) acompaña casi todo el documental. Su vida: su relación con los nazis, con la política, con un cura mentor de derecha, con un pintor y poeta chino, con sus esposas, con su psicólogo. El documental se limita a ser formalmente correcto, pero la vida de Hergé y como ésta fue tiñendo su obra de colores y aventuras tan sutilmente diferentes hacen del film una pequeña joya.

Tiempo de volver (Garden State)
¿Otro producto indie norteamericano distribuido por Miramax? A no asustarse,  podría ser mucho peor. Durante los primeros minutos, la película se vale de muchos, muchísimos recursos (algunos originales, otros un tanto gastados) para sorprender visualmente. Por momentos lo logra (la camisa hecha del mismo material que el empapelado). Eso sí, a costa del desarrollo de los personajes y de la historia. A la media hora el asunto da un vuelco: la imagen, los encuadres rebuscados y la sorpresa visual cesan abruptamente y la película enfoca la sorpresa desde otro lado: los personajes. Todos tienen excentricidades, manías u obsesiones, y el film se ocupa de subrayarlas con marcador negro indeleble.

Lo mejor, la música. Lo peor, la sensiblería que se desata en la última media hora. Sí, sorprende. A veces para bien, a veces para mal. Mi mayor sorpresa, de todas formas, pasó por otro lado, y la traduzco en los siguientes interrogantes: ¿por qué tantas películas "independientes" norteamericanas (estoy pensando, por ejemplo, en Igby Goes Down) se desviven, por encima de cualquier otra cosa, en sorprender, en "ser originales"? ¿Esa es la única manera de encarar un cine alternativo? Este camino cada vez más transitado, ¿no termina siendo impostado y efectista?


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